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ARCO

Todo empezó un nueve de abril de 1917, en Nueva York. El artista francés Marcel Duchamp, envió a la sala de exposiciones del Salón de Artistas Independientes un urinario sobre una peana a modo de escultura. La obra fue rechazada, tras un sonoro escándalo. Había nacido el arte conceptual, que es algo así como darle más importancia a la ocurrencia que a la obra en sí. El arte como hasta entonces se le había conocido dio paso a una suerte de anarquía, al todo vale, a la muerte de todo tipo de canon. Cualquier cosa es arte si el artista lo dice. Hombre, bien mirado, ser el pionero en hacer el chorras tiene su mérito. Hacer el chorras a principios de siglo XX, roza lo heroico. El aperturismo, el cambio, vino bien para abrir nuevos horizontes, nuevas vías estéticas. Pero de ahí a estirar la ocurrencia un siglo entero ya resulta cansino y estomagante.

Unos años después de este episodio, en el año sesenta y uno, el artista italiano, Piero Manzoni expuso su propia mierda convenientemente enlatada. En las cajitas rezaba la siguiente leyenda: «Contenido neto, 30 gramos. Conservado al natural». Dicen que la ocurrencia no era sino una ácida crítica al mercadeo del arte. Lo que ni el mismo Manzoni pudo sospechar jamás es que su ridiculización se convertiría en hecho histórico, tanto o más que el famoso urinario. Las latas, ahora, pueden alcanzar cifras astronómicas. Tan astronómicas como la estupidez humana que, como se sabe, no conoce límite.

A principios de los ochenta, cuando las ocurrencias estaban en pleno apogeo, me invitaron a participar en una feria de arte, al lado de Salamanca, en Alba de Tormes. Mientras estaba colgando mis cosillas en el estand que me correspondía, a mi lado, una joven iba colgando limones del techo cogidos con hilo de pescar. La verdad es que el resultado era muy bonito. Un montón de limones suspendidos entre el techo y el suelo. Con lo que no contaba mi colega es que en Salamanca en agosto el calor es terrorífico, y el limón, producto perecedero. A los pocos días, el estand de la chica y el mío propio, era un hervidero de gusanos. Hombre, la bienintencionada artista, podía haber protestado porque los gusanos formaban parte de su obra, porque los gusanos eran arte, pero no lo hizo y retiró su obra con una mascarilla en la cara no sé si para paliar el hedor o para disimular su vergüenza.

En los últimos años, la feria de arte contemporáneo, ARCO, se ha convertido en campo abonado para ocurrentes, acólitos de Duchamp o Manzoni. No sé si ha sido este el año o el anterior, que tanto da, el artista cubano Wilfredo Prieto ha expuesto un vaso de agua medio lleno. O medio vacío, que en eso no se ponen de acuerdo los especialistas. Su precio son veinte mil euros. ¡Toma estocada conceptual! Del urinario de Duchamp al vaso de agua de Wilfredo, han pasado ciento un años, exactamente. Yo creo que el tema del concepto y de hacer el chorras ya nos lo sabemos de memoria, que un loro, longevo también, no se repite tanto, caramba.

No se planteen ustedes mayores filosofías. Arte es todo aquello que a ustedes, como espectadores, les emociona. Arte es el vínculo entre dos almas, la del artista y la del espectador. Lo demás es mercado, acedía y más ganas de marear de lo preciso.

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