Uno de los conceptos más de moda últimamente es el de «neuroplasticidad»: según los estudios más recientes, el cerebro de los humanos no es algo estático,

inamovible e inmutable, sino que con el entrenamiento adecuado cada uno de nosotros podemos hacer que sus características cambien, que su funcionamiento mejore, que su creatividad alcance límites insospechados.

La cabeza de Guardiola es redonda y brillante por fuera, y seguro que una maquinaria de última generación perfectamente engrasada por dentro, llena de sinapsis neuronales que producen sin parar movimientos tácticos que nadie espera y triangulaciones que sólo él es capaz de alumbrar. Pongo mi mano, mi pie y mi dedo izquierdo («si el saber es un derecho / seguro será un izquierdo?», cantaba Silvio Rodríguez) en el fuego a que el cerebro de Pep dispone de neuroplasticidad hasta el infinito, y más allá: fue un gran jugador, ha vivido en varios países, ha ganado títulos de todos los colores, habla perfectamente alemán (no cualquier idioma, no: alemán) y sabe soportar la presión, sea cual sea el momento. Su cabeza, por tanto (redonda, brillante, refulgente?) debe ser un bulle-bulle constante y permanente de ideas, de conceptos de juego, de estrategias flexibles, dinámicas y adaptables a cada situación de partido, a cada minuto de eliminatoria, a cada «momentum» crítico de una final?

?Pero parece, también, que su cabeza (fría, analítica, y calculadora como una caja registradora) poco a poco y pasito a pasito está mostrando una actitud fantástica para maximizar su cuenta corriente: a partir del mes de junio se convertirá en el entrenador mejor pagado del mundo, gracias a los petrodólares que Sulaiman al-Fahim, dueño del Manchester City, va a proporcionarle. Sus elevados sentimientos parece que le impedirán fichar jamás por el Madrid, pero no por un equipo de la premier sin lustre ni mística alguna, mandado por un jeque de Dubai y con una chequera tan ilimitada para fichar como estrellas hay titilando en el universo. Ya su fichaje por el Bayern fue fruto de una meditadísima -y conservadora- elección: una liga mediocre en la que el campeonato estaba casi asegurado -el equipo bávaro ha ganado diez de las quince ligas de este siglo-, capacidad para fichar a quien quisiera -el Bayern es en Alemania algo así como si en España juntáramos al Madrid y al Barca- y amplios poderes para hacer su fútbol de autor. Pero su calculada estrategia sufrió un contratiempo inesperado cuando un entrenador como Heynkes, sin la exquisitez ni «savoir fair» de Pep, consiguió la copa, la liga y la Champions minutos antes de su llegada como un «rock and roll star» al Allianz Arena. A partir de ahí, la historia de Guardiola en Alemania ha sido normalita, tirando a clara decepción en la Copa de Europa: primero el Madrid y luego el Barca le sacaron a tortazos del torneo, de «su» torneo. Es verdad que tiene todas las opciones este año, pero incluso ganándola tampoco parece que Beckenbauer, Mathaus y compañía le vayan a echar mucho de menos: las relaciones a ese nivel son duras y no hay espacio para sentimentalismos, y convertidos en super-directivos pagados de manera estratosférica gracias a ese casino en el que se ha convertido el fútbol, se podría aplicar a ellos (Mourinho, Mendes, Ancelotti, Florentino, Guardiola, o Beguiristain, qué más da?) lo que se dice de cualquier reunión sobre fusiones bancarias que se precie: si a mitad de discusión no ves el cuchillo en mitad de la mesa, es que lo llevas clavado en la espalda.

Lo peor, con todo, no es que a Guardiola le guste el dinero tanto como a su némesis portuguesa, qué va. Lo peor es que se está abotargando y «conservadu- rizando». Es lo que tiene el lujo, que te adormece. El mejor Guardiola fue el que se puso el Camp Nou por montera y sacó de la nada a Pedrito, a Busquets, el que largó a Deco y a Ronaldinho, el que no tenía miedo de meter y probar gente de la cantera, el que entendió el ecosistema que se tenía que crear para que Messi fuera lo que es, y el que ordenó a Xavi y a Iniesta el ritmo que tenía que tener el metrónomo para jugar. Y el que apelaba (al público, a los niños, a los periodistas) sobre la esencia del juego. Finito, kapputt, yo creo que ese Guardiola ya no existe. Con el tiempo parece, además, que se ha vuelto más esquivo, más tristón (nunca ha sido la alegría de la huerta, pero encima hablando alemán todo el día, cualquiera?) Aunque resulte difícil de creer, tiene mucha más libertad para hacer lo que le dé la gana un Paco Jémez cualquiera en el Rayo Vallecano, que la que tendrá el poderosísimo Guardiola en el Manchester City, con el jeque en el cogote pendiente del valor de sus acciones en bolsa. No era esto, Pep, no era esto lo que parecía que nos vendías: pero es que todo tiene un precio.