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Desde mi terraza

Luis De Castro

El tiempo, que va pasando...

Cada lunes por la noche me sorprendo cenando próxima la medianoche; y es que en cuanto empieza la serie El Ministerio del Tiempo me quedo pegado a la butaca frente al televisor. Me parece que es una de las series más imaginativas que se han hecho hasta ahora, un alarde de fantasía que transita por la historia con sentido del humor, un aparentemente juego intrascendente que, además de entretener, es un auténtico pulsador histórico trufado de golpes de humor que cumple perfectamente las intenciones de Tirso de Molina, uno de los grandes dramaturgos del barroco español, en su obra Deleitar aprovechando, título que como eslogan ha quedado como perfecta definición de lo que debería ser el teatro. Las aventuras de los tres navegantes del tiempo entretienen, divierten e ilustran sobre los grandes sucesos y personajes de la historia, con el único afán de preservar y salvar el pasado, escapando a lo que pudo haber sido y no fue. De factura admirable y con una interpretación impecable, con la recuperación del siempre eficaz Jaime Blanch (de nuevo la utilización del humor sin pestañear) y la última aportación, Hugo Silva, que es el perfecto pícaro; además del resto de los actores que son el resultado de un acertadísimo casting. La serie sorprende por los muchos valores que contiene, y que -como en el cine de Almodóvar- hace creíble lo inverosímil. Y el tiempo como gran protagonista, ese tiempo que ni valoramos ni aprovechamos cuando es lo más esencial de nuestra vida. Acierta el cubano Pablo Milanés en su canción Años, tema memorable y descriptivo: «El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos?» Es más que probable que desde la perspectiva que permite contar con cierta edad, se tenga mayor consciencia sobre el desperdicio que hacemos de ese bien tan intangible como implacable, un bien que se nos escapa como el agua que termina engrosando el mar sin haber cumplido con todos sus cometidos. Admitir que el tiempo todo lo cura, siendo una verdad como un templo, no deja de ser una aceptación cargada de conformismo, y el conformismo es una actitud pasiva que nada nos aporta. Hay que vivir cada momento. Estoy rodeado de amigos que han sido víctimas de sucesos y desapariciones dolorosas, y a quienes todos recomendamos esperar que pase el tiempo para curar sus heridas; se curarán las heridas pero quedará la cicatriz para siempre, por lo que es preciso colaborar para que el tiempo necesario se cumpla, pero no más del humanamente preciso. Ahora mismo se está celebrando el debate para la investidura del aspirante a presidir el Gobierno de la nación, cumpliéndose el tiempo previsto y asignado; y me pregunto si ese tiempo no resulta excesivo para terminar viéndonos en junio, como vaticiné la semana pasada. Entretanto, espacio de tiempo estéril, paralización de la vida pública y seis meses prisioneros de la inercia cuando los problemas urgentes siguen sin solucionase. Sabremos utilizar el tiempo cuando la cultura sea nuestra aliada, cuando comprendamos que es la mejor arma para adoptar una actitud ante la vida, como le sucede el protagonista de la tantas veces citada película La juventud, que consigue reaccionar ante un acontecimiento externo que le obliga a salir del letargo y la pasividad para volver a vivir plenamente su mundo, el del arte. Porque de lo que se trata es de eso, de vivir sin malgastar el tiempo que inevitablemente tiene fecha de caducidad.

La Perla. «Nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo, es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar cada paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene límites y un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos». (Facundo Cabral, cantautor argentino)

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