Se celebró hace unos días en el Paraninfo de la Universidad de Alicante el solemne acto de graduación de alumnos de distintas carreras relacionadas con el mundo del derecho. Un acto que no era habitual hace muchos años y que ahora contemplamos con la misma alegría de los alumnos que reciben ese título por el que tanto han luchado tras horas de estudio y sacrificio. Y un título que sirve para que el alumno se dé cuenta que ha terminado una etapa de su vida, pero que abre otra muchísimo más difícil. Porque esta segunda puerta es mucho más larga y abre un camino que en muchos casos está lleno de incertidumbres ante la pregunta de ¿y ahora qué hago?

En algunos casos, muy contados, si el padre o la familia tiene un despacho o empresa en donde pueda trabajar el hijo/a el problema no existe porque se incorpora al negocio familiar. Pero en la mayoría de los casos esto no ocurre y nuestros jóvenes empiezan ahora un largo peregrinar mucho más complicado que el de tener que aprobar un examen y en donde los esfuerzos a veces no tienen recompensa inmediata, pero sí a la larga. Un camino en donde la desesperación no puede apoderarse de nuestros jóvenes y en donde llegan los que con constancia y perseverancia van eludiendo los múltiples obstáculos y sinsabores que esta nueva etapa depara a todos. Porque es una etapa esta en donde llegan nuestros jóvenes donde son muchos los caminos que están abiertos, pero la clave está en acertar por donde deben dirigir sus miras y enfocar todos sus esfuerzos.

Personalmente tengo la enorme fortuna de tratar con chicos y chicas jóvenes que se inscriben en cursos de postgrado, o Master, donde quieren mejorar sus conocimientos y buscar en la práctica la forma de adquirir conocimientos para poder trabajar. Y tengo que asegurarles el alto nivel de calidad que tienen nuestros jóvenes hoy en día y las ganas de ser útiles a la sociedad y ser mejores en sus aptitudes. Desde luego, yo no me preocuparía mucho en el futuro de nuestra sociedad al ver a jóvenes luchando por labrarse un porvenir. Pero sí me preocupo si la sociedad no hace nada por permitir a estos jóvenes que puedan encontrar ese trabajo en donde poder demostrar sus aptitudes, porque resulta decepcionante comprobar la desesperación que se apodera de algunos cuando ven que por muchos esfuerzos que hagan no ven una salida en la que poder ejecutar sus conocimientos. Ahí es donde debemos dirigir nuestros esfuerzos y no en luchas personales absurdas, mientras muchas personas no saben qué hacer para poder demostrar sus ganas de trabajar y la actitud y aptitud que tienen para ser útiles al país.

Pues bien, en ese acto de graduación, me llamó mucho la atención el magnífico discurso que realizó una estudiante de Derecho en representación de sus compañeros en el que con un tono de seguridad y claridad expositiva expresó sus ideas una chica de unos 23 años que parecía que tenía más edad por la serenidad y firmeza con la que se dirigió al público que se congregaba en el Paraninfo. Y con la tranquilidad de un profesional que toda su vida se ha estado dirigiendo al público. En este discurso bordado se refirió a los «ingenieros sociales» como la posición de cada uno de nosotros en su obligación social de poner lo mejor de cada uno en llevar a cabo ese compromiso social de intentar mejorar la sociedad. Cada uno, desde sus posibilidades, pero con la certeza de que si cada persona pone en su actividad diaria el máximo esfuerzo en poder ser eficaz, eficiente y leal con uno mismo y con los demás la situación global mejorará.

La ingeniería social que defendió esta recién licenciada en Derecho ha sido una de las expresiones más acertadas que he escuchado últimamente, porque en realidad eso mismo es lo que se nos pide en el compromiso social que tenemos cada uno de nosotros. Realizar nuestra actividad diaria de la manera en la que podamos ser más eficaces en nuestro compromiso social, porque si lo conseguimos será la forma en la que interiormente podremos ser mucho mejores al cumplir con los demás y al mismo tiempo hacerlo con nosotros mismos.