Si quisiéramos medir la eficacia y profundidad de los argumentos que Pedro Sánchez, actual candidato a la Presidencia del Gobierno de España tras ser posibilitado para ello por el Jefe del Estado, desgranó en su discurso de investidura podríamos fijarnos en la reacción espontánea que tuvieron los dos principales destinatarios, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias, tras escuchar a Sánchez. Tras la insólita reacción del todavía presidente del Gobierno negándose a dar la mano en público ante los medios de comunicación a Pedro Sánchez en la última reunión que mantuvieron, la actitud de Mariano Rajoy el pasado martes en el Congreso de los Diputados (ausente y sin tomar ni una sola nota) chupando caramelos durante casi una hora, le coloca en su nivel de autoestima más bajo desde que es presidente. Por otra parte, Pablo Iglesias fue incapaz de hacer cualquier tipo de valoración de lo dicho por Pedro Sánchez tras haber escuchado en su discurso del miércoles por la tarde que muchas de las doscientas iniciativas del acuerdo PSOE-Ciudadanos recogían un discurso socialdemócrata bien armado con el que cualquier votante de izquierdas difícilmente puede disentir.

La principal característica del discurso de Pedro Sánchez es que marca un antes y un después en la política española. Porque con independencia de que se esté más o menos de acuerdo con el programa de Gobierno presentado por el líder del PSOE, es decir, con la necesidad o no de constituir a la sociedad en su conjunto, y no a unos pocos, como máximos beneficiarios del llamado Estado de Bienestar (muy maltrecho gracias a las políticas conservadoras del PP), el calado de las medidas presentadas supone una pequeña revolución en la política española. Por un lado, se pretende una reforma constitucional que revise el Título VIII para lograr la solución definitiva sobre las competencias de las CC AA, acercándonos a la constitución de un Estado federal que termine de manera definitiva con el aburrido discurso de la pretendida independencia de uno o más territorios de España. Imaginamos que si esto sucediera todos aquellos que llevan viviendo del cuento del independentismo tendrán que buscarse otro trabajo. Auguramos grandes lloros.

Por otra parte, la constitucionalización de los derechos sociales, la reforma del Senado para que tenga una utilidad cierta, la reforma del artículo 135 de la Constitución y una revisión del sistema electoral forma parte de ese paquete de reforma constitucional que convierte a nuestra Carta Magna en una norma que administre la vida de los españoles del siglo XXI.

Supo conectar lo mejor de nuestra historia reciente, es decir, la Transición y la II República española, con el futuro de España. Para ello citó a Fernando de los Ríos y la necesidad del diálogo entre los partidos políticos como base indispensable para la consecución del respeto en la vida parlamentaria. Un respeto que, por extensión, debe propagarse entre las instituciones democráticas y al resto de la sociedad española. Así, puso especial atención, como dije antes, en la definitiva reivindicación de las minorías sociales tradicionalmente olvidadas en España: los discapacitados y los dependientes. Con la recuperación de la cotización a la Seguridad Social por parte del Estado de los familiares cuidadores de dependientes se convierte en uno de esos derechos cuyo reconocimiento hace de España un país mejor. Se vuelve a poner encima de la mesa, ante la opinión pública, la idea de que un país que se ocupa de aquellos que no pueden desenvolverse por sí mismos al 100% es un país más justo.

La nueva forma de elegir a los principales cargos de la Administración Pública y a los miembros del Consejo General del Poder Judicial reabre el debate de la despolitización de la justicia para cerrarlo definitivamente. Queremos ver en este aspecto un mensaje interno a los miembros del Partido Socialista: la necesidad de que los principales cargos socialistas sean elegidos en función de su formación y de su experiencia laboral. Sería contradictorio desarrollar un sistema de meritocracia para proveer los puestos de responsabilidad en el Estado y no hacerlo como un ejemplo a seguir en el plano interno del partido. Se acabaron, por tanto, todos aquellos personajes que tanto han proliferado por las agrupaciones socialistas, con escasa o nula preparación cultural e intelectual pero que al mismo tiempo eran los más exigentes a la hora de conseguir un trabajo remunerado en el partido o en las instituciones gobernadas.

Nos sorprendió el discurso de réplica de Mariano Rajoy. Alguien debe haberle hecho creer que es un maestro de la ironía, uno de aquellos políticos de la Restauración cuyos debates en el Parlamento todavía hoy son objeto de provechosa lectura. Sin embargo, mucho nos tememos que con su aspecto de prejubilado, que ya debía tener con 30 años, Rajoy más bien parece una mezcla de Camilo José Cela y de Chiquito de la Calzada con un barniz faltón y bronco. No respondió a ni una sola de las propuestas de Pedro Sánchez que no tienen que ser todas acertadas. Lo que buscábamos los españoles en el debate de investidura es precisamente el intercambio de pareceres sobre un programa de Gobierno.

No entendimos la actitud de Pablo Iglesias, siempre enfadado y dispuesto al navajeo dialéctico. Tampoco discutió ni una sola de las doscientas medidas que plantea el acuerdo PSOE-Ciudadanos de lo cual deducimos que lo que le molesta es que no se firmó con su partido.