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De ferias y feriantes

Según el saber popular, «cada cual habla de la feria según le va en ella». O sea, hablarán bien de la feria aquellos a los que les haya ido bien mientras que hablarán mal los que no se hayan comido un «torrao». No lo niego, pero no puedo menos que añadir algunos aspectos que la rotundidad de proverbio impide ver. Porque hay quien habla de la feria según se compara con cómo les ha ido a otros: si a otros les ha ido mejor, aunque a uno le haya ido objetivamente bien, es posible que hable mal de la feria y, por el contrario, a alguien a quien le haya ido mal, pero que se está fijando en aquellos a los que les ha ido peor, igual sale de la feria de lo más satisfecho.

No me estoy saliendo de mis temas habituales. Estoy, simplemente, haciendo una comparación con la manera con que se puede decir «España va bien» según el que hable esté situado «arriba» o «abajo» dependiendo, además, con quién se compare. Vayan algunos ejemplos.

Para empezar, uno que pone en entredicho lo que acabo de decir. Se trata de lo que un ciudadano estadounidense dijo en Davos en enero. El susodicho tiene una fortuna de 12.000 millones de dólares. No es, pues, un mindundi. Y lo que decía es que no acababa de entender cómo había tanta gente en los Estados Unidos que estaba descontenta con su modo de vida, su sistema político y sus ingresos. La primera posibilidad es que, efectivamente, los ciudadanos estadounidenses vivan en la Arcadia feliz, pero eso no acaba de encajar con los datos sobre esperanza de vida (demasiado baja para un país «rico»), desigualdad de renta (muy alta según el Factbook de la CIA), la segregación racial todavía existente y el aumento de inseguridad ciudadana incluso frente a la policía sobre todo si uno es negro. La otra, más probable, es que el ciudadano en cuestión no tenga ni idea de cómo vive la gente de a pie. No es el primero. Ya le pasó en Francia a María Antonieta cuando, según dicen, le informaron de que el pueblo no tenía pan para comer y respondió que comieran bollos. Sí, sí, la María Antonieta que perdió la cabeza contra su voluntad. Tal vez sea una anécdota falsa, pero sí se conoce la reacción de la señora Bush cuando le hablaron de las pésimas condiciones en que vivían algunos de los damnificados por el huracán Katrina: que no sabía de qué se quejaban.

Por lo visto es frecuente que estos que están «arriba» no conozcan mucho de lo que sucede a su alrededor o, si lo conocen, lo hacen sin el más mínimo gesto de empatía, de darse cuenta de qué y cómo sufre la gente que tiene a su alrededor. Bueno, no exactamente a su alrededor, ya que viven en entornos en los que esas cosas no se ven.

La empatía se deja para sectores de las clases medias (empresarios, profesionales, ejecutivos, empleados fijos). No para todos ellos, pero sí para los que saben y ven qué está pasando y tienen serias dudas del «va bien» referido a su entorno. No se les puede engañar con facilidad. Unos se comparan con los de «arriba» y envidian, otros miran a «los de abajo» y miran hacia otro lado, o procuran ayudarles o se dan cuenta del origen de tan mala situación y se rebelan. De todo hay.

¿Y «los de abajo»? En un libro titulado Mujeres pobres una de las entrevistadas, que vivía en condiciones miserables, no se consideraba pobre. ¿Por qué? Pues porque se comparaba con los «negritos de África» que esos sí que padecen necesidad. La mujer llegaba a decir que le encantaría poderles ayudar. Efectivamente, compararse con alguien «todavía más abajo» permite ese mínimo de satisfacción que produce «sentirse bien».

Evidente: el cómo les esté yendo en la feria a cada uno de ellos (arriba, en medio, abajo) no se convierte en un juicio sobre cómo lo viven. Por ignorancia, sí (sobre todo en los de «arriba», pero no solo) y por muchos otros motivos. Y no hace falta constatar que una campaña electoral como esta que estamos viviendo consiste en que los gobernantes expliquen que lo han hecho bien y los opositores afirmen que los otros lo han hecho mal. Nunca llueve a gusto de todos, por seguir con los refranes, pero se trata de que incluso los que pierden (o perderían si ganasen los otros) estén contentos.

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