El acuerdo suscrito entre Sánchez y Rivera se ha rubricado tras la atenta mirada del cuadro El abrazo del pintor Juan Genovés sito en el Congreso de los Diputados. Esta retrato se ha convertido en un símbolo de la Transición democrática desde que se utilizó como homenaje a los cinco abogados laboralistas asesinados en la matanza de Atocha de la que este año se han cumplido 39 años.

Este trágico episodio de la Historia reciente de España sirvió para demostrar a la extrema derecha que la democracia iba en serio, los autores fueron juzgados en unos juicios en los que figuraban como abogados de la acusación, entre otros José Bono o Cristina Almeida. La tragedia conmovió a la sociedad española de tal manera y el posterior entierro organizado con total solemnidad y orden por el Partido Comunista, que el terrible suceso sirvió para consolidar la democracia ante los sucesivos intentos involucionistas y sobre todo para abrir la puerta a la legalización del mismo. El abrazo de Genovés, realizado en 1976 sirvió para rendir homenaje a estas víctimas inocentes, amiga de las cuales era la actual alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, arrendataria de aquel modesto despacho laboralista. El cuadro cuenta con una réplica en forma de monumento en Madrid.

Pasando al análisis del contenido del acuerdo, con sesenta y seis páginas de contenido, observamos en primer lugar que se ha criticado desde muchos sectores, sobre todo desde las filas de Podemos, levantados de la mesa de negociación, que supone una cesión al centro o incluso a la derecha. Habrá que reexaminar para los contestatarios lo que es un acuerdo, máxime si se produce entre un partido socialdemócrata y otro liberal, donde sin las cesiones entre ambas partes no sería posible la consecución del mismo. Y si examinamos punto a punto el documento, podemos concluir que el mismo no puede no calificarse, como con acierto han hecho sus signatarios, como un acuerdo progresista y reformista.

¿O acaso un votante progresista no estará de acuerdo en la supresión del aforamiento de los cargos públicos (evitándose en adelante casos flagrantes y recientes como el de Rita Barberá, por poner un ejemplo), en la reforma, de una vez por todas del Senado, que debería funcionar como cámara territorial o en la reconversión de las anquilosadas diputaciones provinciales? Y en cuanto a los temas sociales de los que la formación del círculo hace o debería hacer bandera, ¿no firmarían la existencia de un Ingreso Vital Mínimo para familias sin recursos, la supresión de los copagos a pensionistas y a la dependencia, la paralización de la LOMCE y un Pacto de Estado en materia educativa que incluya a las becas como un derecho subjetivo? Y así con un largo etcétera.

Lo que han hecho Sánchez y Rivera ha sido en mi opinión un acto de responsabilidad. Y sólo por eso merecía haber dado el visto bueno al acuerdo. Porque en el pacto está la concordia. Porque de esta manera se construyeron en la transición los Pactos de la Moncloa, marco social y económico para el despegue de la democracia española. Porque con cesiones fue elaborado también el texto constitucional en 1978, acabado no sólo por los famosos Siete Padres, sino por el acuerdo y diálogo de personalidades tan diversas como Fernando Abril Martorell y Alfonso Guerra. En el pacto está la concordia.

Cuando visité no hace mucho la tumba de Adolfo Suárez en la catedral de Ávila, observé que el epitafio rezaba «La concordia fue posible». Y afortunadamente creo que ésta a ha vuelto a ser posible en lo que algunos llaman segunda Transición. Puede que el acuerdo, es verdad, no sume la suficiente en aritmética para alcanzar un gobierno estable, pero multiplica el efecto negociador. Y al mismo tiempo retrata a los que han usado hasta ahora la táctica del bloqueo, tal vez con la pretensión de llegar a una nueva convocatoria, donde seguro pagarán prenda y el electorado premiará a los que se han esforzado en el diálogo. Veremos.