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Sostenella y no enmendalla

Los dos partidos que durante los últimos treinta años han estado al frente del gobierno de la nación atraviesan, por diferentes motivos, sus peores momentos. El PP se encuentra entre la espada y la pared por los casos de corrupción que día sí y día también le saltan en los tribunales; y el PSOE ha sacado no hace mucho los peores resultados de su historia y tiene su espacio político natural seriamente comprometido por el ascenso de Podemos. El futuro de ambos depende de cómo afronten la situación. De momento, son los socialistas los que parecen haberse tomado más en serio el tema. Pedro Sánchez ha sido muy hábil y ha aprovechado las circunstancias al aceptar el encargo del Rey de intentar formar gobierno, con lo que ha cobrado un protagonismo con el que no contaba ni en sus mejores sueños, y ha sabido combatir las resistencias internas y externas al reto político de la manera más inteligente: con democracia. Consultar a los militantes sobre el pacto alcanzado con Ciudadanos no sólo ha servido para acallar las discrepantes voces internas de los barones, también es un arma arrojadiza contra Pablo Iglesias, puesto que ahora ya no estamos ante un acuerdo entre el secretario general del PSOE, su ejecutiva, y Albert Rivera, líder de C's. Nos encontramos ante un documento suscrito por los afiliados socialistas, y el dirigente de Podemos tendrá que medir muy bien cómo lo descalifica y explicar también de forma clara su «no» junto a Mariano Rajoy y a los independentistas a la investidura de Sánchez si no quiere verse seriamente mermado en una próxima cita con las urnas.

Harina de otro costal es cómo está afrontando el PP la situación en la que se encuentra. Bueno, por ser más rigurosos, lo correcto sería decir cómo no está afrontando el problema que tiene entre manos porque, sencilla y llanamente, no está haciendo nada. Mariano Rajoy, un especialista en esta materia, se ha dedicado a lo que mejor sabe: ver los toros desde la barrera y esperar a que el problema o se resuelva por sí mismo o se pudra y se muera. Pero esa estrategia política del dirigente popular tropieza con un gravísimo inconveniente: no tiene tiempo para que ocurra una de las dos cosas que desea porque a la vuelta de la esquina el PP se va a encontrar con una campaña electoral y una nueva cita con las urnas.

Hace mal la cúpula del PP en desoír las voces que están surgiendo de sus propias filas. Las declaraciones de ayer del presidente provincial de Alicante, José Císcar, en estas mismas páginas, reclamando a la vez más contundencia con la corrupción y mayor democracia interna son, efectivamente, la única tabla de salvación a la que se puede aferrar la formación conservadora si quiere perdurar como tal y no desea verse engullida por el liberalismo que encarna Ciudadanos, cuya música y letra empiezan a sonar bien a los votantes de centro derecha. Aplazar los congresos regionales, pese a que nada puede ir a peor en Madrid o en la Comunidad Valenciana si se llamase a los militantes populares a consulta, o mostrarse comprensivo con los dirigentes a los que la justicia pisa los talones, como es el caso de Rita Barberá, es el método más eficaz para poner en fuga a los votantes del PP, ya suficientemente espantados con el espectáculo que están viviendo. Sostenella y no enmendalla es algo que funcionó, sobre todo en la Comunidad Valenciana, en los tiempos de vino y rosas, pero que ahora está condenado al fracaso porque la indignación y el cabreo que sienten muchos ciudadanos que han vivido con toda su dureza la crisis económica, incluidos los de derechas, no deja espacio a las milongas. Ventanas abiertas y democracia interna son los únicos remedios para combatir la enfermedad de la corrupción, que tiene en coma a los populares y amenaza con llevarlos a la tumba.

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