El deliberado abandono que la UE hace sobre la situación de los refugiados en su territorio y el sistemático incumplimiento de acuerdos, convenios y tratados internacionales han acelerado el proceso de descomposición del proyecto europeo que en la actualidad vivimos. Actuar de forma tan negligente ante un problema humanitario de tal envergadura ha convertido una crisis de refugiados en una crisis del proyecto político de la UE, entendido como un espacio común de libertad, solidaridad, justicia y respeto a los derechos humanos. Todo ello es lo que está saltando por los aires frente a la visión egoísta e irresponsable de los gobiernos e instituciones europeas.

Si el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, explicaba en su discurso sobre el estado de la UE del pasado año que la crisis de asilo y refugio era la prioridad más urgente y trascendental que tenía Europa, tenemos que concluir que estamos ante uno de los mayores fracasos deliberados desde que ésta existe. Basta decir que a estas alturas, de los exiguos 160.000 refugiados que los países europeos se comprometieron a reubicar solemnemente el pasado mes de septiembre, únicamente se han realojado a 272 de ellos, es decir, el 0,1%.

La construcción europea y sus tratados han avanzado sobre la base del respeto a la dignidad humana y a los derechos fundamentales, así como el escrupuloso cumplimiento a los convenios internacionales y a todos los acuerdos suscritos en el marco de las Naciones Unidas. De esta forma, el acatamiento a los derechos humanos y al Estado de Derecho que los garantizan forman parte del concepto mismo de libertad sobre el que se edifica la UE, además de los cuatro principios básicos de libre circulación de mercancías, capitales, servicios y personas. Sin embargo, la peor generación de dirigentes de la UE desde su creación no tiene remilgos en pulverizar uno tras otro cada uno de los pilares básicos sobre los que se asienta la UE, ya sea el Euro, el acuerdo de Schengen y la libre circulación de personas, el respeto a los derechos humanos fundamentales o la aplicación del sagrado principio de asilo y refugio construido como una herramienta esencial del derecho internacional tras la Segunda Guerra Mundial. Todo ello ha saltado por los aires mientras la UE demuestra una progresiva degradación moral y jurídica que ha llegado al extremo en su irresponsable actuación ante los refugiados que siguen llegando a Europa.

En el año 2008 empezaron a producirse secuestros de barcos mercantes y de pesca en el Golfo de Adén, frente a las costas de Somalia, por parte de grupos de piratas armados. Ante esta situación, la marina francesa desplegó varios barcos para proteger a sus pesqueros, mientras que España envió de inmediato a un patrullero oceánico y a cien efectivos, que fueron sustituidos al poco tiempo por la fragata Canarias y un avión de vigilancia P3-Orión, junto a 280 militares y un helicóptero. Incluso el PP, PNV, CIU y BNG presentaron una moción para solicitar que se embarcara a tropas del ejército en los atuneros españoles, propuesta finalmente rechazada. Sin embargo, ante el aumento de secuestros a varios atuneros franceses y españoles como el Playa de Bakio y el Alakrana, la UE puso en marcha una operación militar de protección a los barcos en esta zona, con la aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, recibiendo el nombre de operación Atalanta.

Esta misión de vigilancia y protección de buques y barcos pesqueros atuneros contó desde el primer momento con una importante aportación de fuerzas navales y militares de varios países europeos. Diseñada, impulsada y aprobada por la UE, la operación Atalanta desplegó seis buques de las marinas de España, Francia, Alemania, Reino Unido y Grecia, junto a tres aviones de vigilancia marítima y cerca de mil efectivos. Incluso otros países han aportado barcos y fuerzas militares para proteger la navegación y la pesca en la zona. Desde entonces, nuestros barcos pesqueros han podido trabajar con mayor seguridad y las factorías atuneras han mantenido su producción.

Ahora bien, los refugiados no son barcos atuneros y cientos de miles de personas arriesgan sus vidas cruzando el Mediterráneo en precarias embarcaciones para llegar hasta Europa. Abandonados a su suerte, en medio de naufragios y ahogamientos que según organismos internacionales costaron la vida a 3.771 refugiados solo en el año 2015, son los voluntarios y las ONG quienes como buenamente pueden ofrecen su atención personal y material para rescatarlos, salvar vidas y proporcionarles una ayuda absolutamente vital, frente al abandono de las instituciones y los gobiernos europeos.

Pero no nos engañemos, no solo naufragan refugiados sino que también lo hace una Europa que se hunde en las aguas del inmenso océano del desprecio a los derechos humanos. Qué pena que los refugiados no sean atuneros.