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Bartolomé Pérez Gálvez

¿Hacia dónde va la psiquiatría?

Me incorporé tarde a las redes sociales. Lo de Twitter se me hacía complejo y ni me hablen de Instagram y similares. Como mucho, llego a los perfiles profesionales porque hay que estar presente en esos saraos. A la fuerza ahorcan y te ves obligado a meterte en este enjambre de información en el que suele reinar el caos más absoluto. Noticias y opiniones fluyen a velocidad de vértigo, con una variedad infinitamente superior a la que pudiera ofrecer cualquier medio de comunicación a la vieja usanza. Eso sí, con la interesante ventaja de conjugar comunicadores noveles con otros más expertos. Reconozco que empiezo a disfrutar con el invento.

En esto de los tuits, intento alejarme de lo habitual. Ni política ni marujeos, que entre radio, TV y medios escritos, voy servido de todo ello. Busco la idea que fomente la reflexión en otras facetas que ocupan, posiblemente con mayor frecuencia e intensidad, mi vida diaria. Hurgando en este galimatías informativo, me topo con uno cuyo título no puede ser más sugerente para un psiquiatra: Quo Vadis, Psychiatry? Acabo dirigido a un artículo algo más extenso que esos 140 caracteres a los que queda limitado un mensaje. Vale la pena.

El texto empieza reconociendo una realidad histórica. Buena parte de los psiquiatras opinan que no son considerados de forma equitativa respecto a otros médicos especialistas. Richard Balon, autor del artículo y editor de la revista Current Psychiatry, coincide en ello mientras nos da un buen repaso a quienes somos sus colegas. Critica, con evidente acierto, que no parece congruente reclamar mayor reconocimiento al tiempo que se cede terreno en la atención a ciertas enfermedades que no gozan de especial interés para muchos psiquiatras. Ejemplos como las drogodependencias, las demencias, los problemas sexuales o los trastornos de la personalidad, siguen siendo patologías que precisan la atención de esta rama de la Medicina. Sin embargo, no son santo de la devoción de la mayoría de los psiquiatras ¿Razones? Entre otras, la errónea -pero extendida- creencia de que se trata de pacientes poco gratificantes y de difícil manejo.

Sigo con los tuits y me detengo un buen rato en la prolífica producción de Allen Frances, el enfant terrible de la psiquiatría americana del momento. Bueno, no tan enfant, que ya hace un tiempo que cumplió los setenta. Es un tipo al que admiro profundamente, no solo por su envidiable curriculum sino, fundamentalmente, por su afilada pluma. Catedrático emérito de la Universidad de Duke, ejerció igualmente como director del grupo de trabajo que redactó la anterior versión de la clasificación de enfermedades psiquiátricas de la Asociación de Psiquiatría Americana (APA). Desde que abandonó esa task force, Allen se ha convertido en el gran crítico de los turbios treque manejes que existen bajo este tipo de clasificaciones.

El profesor Frances adquirió especial relevancia mediática cuando empezó a denunciar que el número de enfermedades psiquiátricas crecía en relación directa al de medicamentos que debían salir al mercado. En otros términos, acusó abiertamente a la industria farmacéutica de dictar las normas a la APA. Y, a esta, de inventarse enfermedades inexistentes -o incrementar las prevalencias de las reales- con el único objetivo de que estos fármacos pudieran ser comercializados. Una situación que también advirtió uno de los grandes de la Psiquiatría española, como fue Carlos Castilla del Pino, quien echaba en falta un mayor grado de pensamiento crítico para afrontar esta situación.

La realidad evidente es que el número de supuestas enfermedades psiquiátricas crece exponencialmente, a medida que se van conociendo nuevas clasificaciones. En su tuit, Richard Balon nos recordaba cómo la Psiquiatría abandonaba progresivamente su interés por ciertas enfermedades que han mantenido una elevada representación entre la sociedad, pero que no agradan a muchos psiquiatras. Y, sin embargo, se despierta el interés por muchas pseudopatologías que no serían más que simples ejemplos de la psiquiatrización de la vida diaria o, en otro caso, simples subtipos de otras ya existentes.

Volviendo con los tuits del polémico -pero, insisto, acertado- Allen Frances, me agrada especialmente su crítica al duelo que acaba existiendo entre el ordenador y el paciente. Y es que en eso se está convirtiendo la Medicina actual. Denuncia que, mientras el psiquiatra se encuentra atento a su ordenador, las necesidades médicas y emocionales de los pacientes acaban perdiéndose entre tanta documentación. Se estima que un médico llega a destinar el 43% de su tiempo a introducir datos. Una cosa es sacar provecho de las tecnologías de la información y la comunicación y otra, bien distinta, acabar dependiendo de ellas. Lamentablemente, parece que va imponiéndose esta última tendencia.

La influencia excesiva de la industria farmacéutica ha confundido las propias raíces de la Psiquiatría, hasta un reduccionismo biologicista extremo. Los tuits de Frances insisten en una denuncia que, posiblemente, sea compartida por la mayor parte de la sociedad occidental. Este biorreduccionismo ha degenerado en una disminución del humanismo, una excesiva importancia en definir un diagnóstico fiel a la ortodoxia de las clasificaciones al uso y, como resultado final, una oferta asistencial basada casi exclusivamente en la prescripción de medicamentos. Hasta los preceptos de Eric Kandel, psiquiatra que recibió el Nobel de Medicina en el año 2000, han sido tergiversados. Consiguió unir lo biológico con lo psicológico, si alguna vez existió separación entre ambos conceptos. Pero la evidencia de que otros tipos de tratamientos complementarios, como la psicoterapia, podían llegar a modificar físicamente las redes neuronales e incluso los genes, apenas ha sido difundida entre la clase médica. No interesa.

En consecuencia, lo que empezó siendo una ciencia integradora, que exigía tiempo para conocer a la persona, va dirigiéndose a la simple resolución del síntoma con el menor consumo posible de recursos. A esta reflexión llega Allen Frances en otro de sus tuits incendiarios. Indudablemente, la falta de tiempo para dedicar al paciente -pero también una orientación profesional profundamente sesgada- aparece como uno de los factores determinantes de estas deficiencias. Poco tiempo para establecer una relación terapéutica; apenas el justo para diagnosticar y recetar.

A pesar de todas estas limitaciones, la Psiquiatría sigue siendo la especialidad médica con menor tasa de mala praxis. Imaginen qué ocurriría si adoptáramos las reflexiones de mis tuiteros preferidos.

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