Sabemos que el matrimonio entre cristianos es un sacramento. Pero, en estos tiempos, ha surgido un problema. ¿Puede decirse que realizan un matrimonio cristiano aquellos contrayentes que han perdido la fe, al menos uno de ellos, aunque estén bautizados? Estos acuden a la iglesia a casarse, no por fe sino por vanidad, por vistosidad o por cualquier motivo que no tiene nada que ver con la fe.

El papa Benedicto XVI ha dicho que «la falta de fe podría ser un indicio de que no se acepta el plan de Dios sobre el matrimonio. Si así sucediera, no se estaría contrayendo un verdadero matrimonio cristiano. Lo que está verdaderamente claro es que, en los bautizados, fe y matrimonio deben ir siempre de la mano, pues ésto es esencial para que el matrimonio tenga fruto en la vida de los esposos. Por ésto, el magisterio de la iglesia ha insistido en que las parroquias preparen adecuadamente a los novios, haciéndoles profundizar en la experiencia religiosa.

Los novios deben contestar con toda verdad y claridad a la pregunta: ¿por qué os queréis casar por la iglesia? La respuesta correcta es que lo hacen por fe. En la sociedad actual hay muchas posibilidades de formar pareja. Sólo la fe es motivo suficiente para continuar acudiendo a la iglesia, y así se disipan todas las dudas y vacilaciones. Además, estas prácticas matrimoniales en la iglesia por verdadera fe refuerzan la experiencia familiar.

Un estudio realizado recientemente sobre este tema ha dejado claro que el matrimonio cristiano, que propine la iglesia, es lo mejor y más serio que puede encontrar en una sociedad, que ofrece muchas posibilidades de parejas.