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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Ciudadanos calentando en la banda

al y como va el partido, no me extrañaría nada que algún ciudadano estuviera calentando en la banda, preparado para salir del banquillo y jugar los últimos minutos. De hecho ya me extrañó en su momento que el «míster» les dejase fuera de la alineación titular, confiando las bandas a jugadores más capaces de destruir juego que de crearlo. O no entiendo yo nada de este deporte tan peculiar o se necesitaban «peloteros» capaces de irse sin complejos hacia la portería contraria, más que «tuercebotas» aculados en la defensa y colgados del larguero como murciélagos del estilo Clemente: «patadón parriba».

Lo que no está tan claro es si queda tiempo para cambiar el marcador, porque con esta Liga de tres puntos, empatar equivale a perder y estábamos jugando a eso: pases en corto, no arriesgar la bola, ceder al portero y rifarla al área a ver si la caza el delantero, que es dar demasiadas opciones a la defensa contraria si el delantero no se llama Ibra como sucede en nuestro caso. Llevo bostezando desde que empezó el partido; me aburren más que los pasecitos de balonmano del «Farsa» y las rocosas camisetas empapadas de sudor y adrenalina de los pupilos del «Chelo», o algo parecido, que debe ser un antiguo profesor de la Filarmónica discípulo de Pau Casals, a juzgar por el apodo.

Tanto destruir juego por los extremos conduce a un apelotonamiento en el centro tipo embudo que provoca que los jugadores se estorben y no brillen las estrellas. Afortunadamente ha llegado la decisión del entrenador de sustituir al extremo derecho -que andaba más preocupado de recoger cualquier moneda que caía desde las gradas, llegando incluso a meter la mano en el bolsillo de los espectadores de la tribuna baja- y del extremo izquierdo, que se ha pasado el partido sacando pecho, atusándose la coleta, feliz de conocerse y tratando de conseguir el aplauso del respetable, pero que ni una vez ha corrido la banda, yo diría que ni se ha calzado los borceguís.

No sé cómo va a acabar este partido, ni siquiera si va a acabar o habrá una interminable prórroga antes de llegar a los penaltis, pero me gusta mucho más un equipo que construye juego que uno que se limita a mantener la bola en su poder o en pegar patadas al contrario para frenarlo -incluso sacudiendo coces a los que visten una camiseta parecida, ya el colmo. Son como aquellos «finos defensas» de los setenta, tipo Migueli, Panadero Díaz o Goyo Benito, al que un delantero llegó a pedir, suplicante y gimoteante, en medio del partido: «No me pegue más, por favor, Sr. Benito»; su ley, la de la selva, y su lema: «o pasa el balón o el jugador, los dos de ninguna manera». Yo les he visto jugar cuando era pequeño, y les faltaba un cuchillo entre los dientes y enarbolar la «Jolly Roger» para bordar el papel de piratas del Caribe y provocar el pavor en las huestes, lo que pasa es que el reglamento, las tarjetas y los árbitros les fueron eliminando de los pastos y ahora romper la tibia de los contrarios no suele estar bien visto, no es políticamente correcto.

Es buena noticia que los jugadores del centro se hayan conjurado para pelear la Liga hasta el último aliento, cuestión de acuerdos: «tú corres hasta allá y me la pasas al pie, que de rematar yo me encargo». Cualquier especialista coincide en que los partidos se ganan en el vestuario y lo que sucede en el campo es consecuencia de la buena o mala relación del equipo en los entrenamientos. Andaban la semana pasada en el vestuario intentando aleccionar a los extremos, que si todos debemos ser una piña, que si el equipo debe jugar más junto, que si no me ayudas por favor no me estorbes? Ya veremos en qué para la cosa; yo me he traído unas patatas fritas y una cervecita fría, me he arrellanado en el asiento y me he puesto el reloj fetiche con el que siempre gana mi equipo. Esto tiene buena pinta.

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