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Francisco Esquivel

A revolverse toca

Cuando los enteraos vienen diciendo que el diario impreso está dando sus últimas boqueadas -ciertos gurús hace décadas que lo pronosticaron, así cualquiera-, los británicos van a asistir este lunes al nacimiento, después de tres décadas en seco, de The new day, que se presentará en quioscos y supermercados de las islas y que no contará con la correspondiente versión digital. Disculpen, pero somos insumergibles. Aparte de con presidentes de Gobierno, alcaldes y abusones de sus cargos, vamos a terminar con los analistas.

Ya sé que es sintomático que se trate del único caso en tres décadas; ya sé que los futurólogos vaticinan que será el último que salga con una pinta así, pero no me digan que no es admirable cómo se revuelve esta antigualla que tiene entre las manos para evitar por todos los medios el canto del cisne. Ahora bien, ojo. Que, dentro de la tradicional apariencia, no nos den por muertos. Es verdad que para no pocos lectores representa una comodidad evitarse salir de casa cuando llega la hora de meterse en las entrañas de las noticias o clicar en su superficie. Pero hay gente a la que veo hacer cola en la barra del bar para, sin intención siquiera de consumir, rebozarse en tinta sin la que siente que algo le falta. De cualquier modo, querido Gutemberg, lo importante es que, con la pinta que sea, el torbellino que nos arrasa no se lleve por delante a una profesión sin cuyas denuncias el lodazal que en tantas épocas preside la vida diaria habría enterrado hace tiempo las esperanzas de generaciones venideras. Y, a pesar de los pesares, no es así. Por donde hay información planea un horizonte. Los que hoy se consumen en un cierto desasosiego necesitan saber dónde se encuentran esas señales escondidas que, bien gestionadas, pueden transformarse en luminosas. Y a nosotros nos pagan por descubrirlo.

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