Hace ya meses que nuestro Parlamento se disolvió y dejó de aprobar normas en un fin de curso parlamentario nunca visto en la historia legislativa. Además, con un último periodo 2014-2015 en el que en materia de justicia se aprobaron en solo 13 meses más reformas legales que en los tres primeros años de legislatura y que en cualquier legislatura pasada. Se trataba de reformas muy necesarias que afectaban a muy distintos ámbitos en las necesidades de una justicia que precisaba de cambios normativos para atender mejor la resolución de conflictos en materia de menores, violencia de género, tramitación de procedimientos civiles y penales, intervención de los notarios en temas que antes se tramitaban en juzgados, reformas penales, en conflictos de tráfico, potenciando la mediación, etcétera. Pero se quedaron muchas cosas en el tintero que eran también urgentes, y que por unas u otras razones no quedaron plasmadas en estas reformas. Y muchas de ellas eran necesarias, pero el volumen tan importante de materias que se empezaron a gestar en el Ministerio de Justicia hacía complicado exigir más con ese plazo que había de 13 meses cuando la maquinaria empezó a funcionar con los cambios que hubo en el departamento ministerial a finales del año 2014.

Por ello, llevamos ya cuatro meses de inactividad parlamentaria en cuanto a la labor que se espera de la elaboración de textos legislativos necesarios para la sociedad, porque las normas nunca sobran si son buenas y son el resultado de un análisis de lo que la sociedad necesita, aunque aquí, como siempre, los puntos de vista son diferentes en cuanto a cómo afrontar un problema. La cuestión es que en algunas ocasiones no se sabe detectar que el problema existe, y por eso no se han puesto las soluciones, y nuestra historia está llena de ejemplos en los que por no adoptar decisiones y soluciones, cuando estas se intentaron adoptar costó más resolver los problemas.

De todos modos, este país tiene un grave defecto en cuanto no se consulta a los que verdaderamente conocen las soluciones a los problemas en cada rama o área de nuestra sociedad. Puede haber algunos matices en la forma de afrontarlos, pero siempre hay un núcleo central sobre el que luego se puede pintar o adornar la forma de plantear la solución central. Los anglosajones llaman a esta forma de trabajar «brainstorming» o tormenta de ideas, al reunirse los conocedores de un tema y poner encima de la mesa las diferentes formas sobre las que podría pivotar el enfoque de un caso y al final tomar la decisión sobre varias de las opciones posibles. Con esta fórmula se enriquece uno en cuanto a las ideas que vienen de quienes saben cómo trabajar, en lugar de tomar las decisiones que cualquier persona piensa que son las mejores. Pero, posiblemente, serán las mejores para él, pero no para la mayoría de los ciudadanos que son los que van a recibir los fallos o errores de quien tomó una decisión, y luego esta no se ajustó a lo que se pretendía de ella.

Pues bien, el Parlamento no puede quedar parado en la maquinaria de poner en marcha soluciones que todavía se quedaron en el tintero en la pasada legislatura y debe ejercer la función que le es propia, porque, además, este país tampoco se puede permitir el lujo de estar esperando, mientras la crisis económica todavía azota a un buen número de ciudadanos, y los que han empezado a ver la luz del final del túnel están temerosos de que se pueda dar un paso atrás en lo avanzado si la espera es larga. Además, en la actual situación existe una pluralidad de ideas u opiniones que, al final, pueden enriquecer los diferentes puntos de vista sobre las posibles soluciones y evita la concentración de la idea en una sola que excluya a todo lo demás. Pero esa tormenta de ideas debe incluir una especie de consejo de técnicos de diferentes opciones que haga una labor previa de detección de problemas y búsqueda de soluciones muy heterogénea, a diferencia de otros órganos consultivos que solo tienen la misión de asesoramiento cuando la idea ya está decidida y puesta en marcha y se les pregunta sobre la forma de modelarla, quitar o poner. En otros países se cuenta más con las aportaciones en la forma que hemos planteado y los recortes a las crisis llegan antes porque no buscan soluciones monopolísticas o de un grupo de opinión concreto, sino que buscan soluciones técnicas a problemas que son técnicos también y que no requieren una solución inmediata. Y es una pena que con tantos foros y congresos que se celebran por todo el país durante todo el año ofreciendo y plasmando ideas, estas se queden solo en un listado de «conclusiones» a las que luego nadie les hace caso. Esta es la desgraciada verdad de un país con gente muy preparada y muy buena, pero a la que luego nadie les escucha y nadie les oye. Las dos cosas. Es decir, porque no se pone el oído donde hay que ponerlo y por ello, y en consecuencia, no se atiende lo que se debe atender. Tan fácil de entender y tan difícil de ejecutar por lo que parece.