He decidido que a partir de hoy mismo voy a llevar una sonrisa expresiva y bien dibujada en mi rostro. Quiero alejarme de esas caras agrias y malhumoradas de Rajoy y de Pablo Iglesias, el malo, que permanentemente asoman por las pantallas de las teles, especialmente de la Uno y de la Sexta. Creo que este malhadado país tiene derecho a la esperanza y, desde luego, a la sonrisa a pesar de los gobernantes que hemos tenido que soportar durante los últimos años, especialmente en un País Valenciano donde la corrupción ha campado por doquier. Ya lo decía don Guillermo, ahora que se celebra el cuarto centenario de su adiós a este mundo cruel: «Es más sencillo obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada».

Flanqueando por la derecha extrema a Pedro Sánchez, que procura mantener la sonrisa a pesar de los ataques internos, externos y medio pensionistas que viene sufriendo desde que ganara las primarias en su partido (y al que un servidor no votó prefiriendo a un desconocido profesor de la Universidad de Granada) se encuentra un presidente del gobierno, en funciones eso sí, que no solamente trata de despistarnos pareciendo que su edad de jubilación es absolutamente necesaria, y no me refiero solamente a la política, sino insistiendo en que el mundo en el que fantasiosamente se desenvuelve es el mejor de los posibles, al menos para él: paro, corrupción, desgobierno, privatización del estado de bienestar.

Por el otro costado, él dice que por la izquierda, tenemos a un personaje singular en su hablar y en su vestir que es capaz de manejar como estrategia política la broma macabra de Juego de Tronos al mismo tiempo que se muestra convencido, como buen mesías que cree ser, de resultar imprescindible en un futuro gobierno que haría realidad sus sueños populistas y reaccionarios que nos llevarían, en mi modesta opinión, a una pesadilla de la que nos costaría salir. Suponiendo que.

Si no estamos espabilados, la Historia amenaza con repetirse: hace algunos años contemplamos como las estrategias confluyentes de la derecha extrema representada por Aznar y la demagogia exacerbada del señor Anguita pretendieron lo que se vino en llamar «il sorpasso» que, como en la excelente película de Dino Risi que aquí conocimos como La escapada, terminó con el coche de los protagonistas estrellado en un acantilado aunque a la derecha no le fuera tan mal...

Ahora, de cara a la primera tanda de la investidura del socialista Pedro Sánchez, los dos malhumorados permanentes, Rajoy y el otro Iglesias (mucha gente no sabe u olvida que hay otro Pablo Iglesias, el bueno, que creyó hace cien años en la honradez y en la democracia), volverán a machacar desde sus televisiones la falta de credibilidad de un candidato que ha tenido el arrojo de aceptar un reto importante para tratar de acabar en este país con la basura a la que nos ha sumergido durante tanto tiempo, de nuevo especialmente en el País Valenciano, una derecha tan corrupta para lo suyo como insolidaria para los intereses de los demás.

Como en aquel «sorpasso» que sufrió Felipe González en su momento, Sánchez sonreirá ante las descalificaciones unidas de ambos dirigentes, tan parecidos en el fondo y en la forma. Los dos malhumorados permanentes, jaleados por sus compañeros de viaje a derecha e izquierda, navarros y asturianos por un lado y valencianos, catalanes y gallegos de otro acusarán a los socialistas de negarse a una gran coalición y de irse a la derecha, contradicción flagrante. Sánchez, digo, se armará de valor y defenderá su modelo de sociedad. Una sociedad justa y razonable donde las leyes y la Constitución, mientras no se reforme, deberán ser respetadas. Donde la seriedad se enfrente a la improvisación y a la ocurrencia permanente. Donde se deroguen leyes salvajes como la de la Reforma Laboral, la Mordaza a la libertad de expresión y manifestación, a una ley educativa tan regresiva como hecha a medida de los intereses privados. Donde la Sanidad, los Servicios Sociales y la Dependencia vuelvan a ocupar el lugar que nunca debieron abandonar. Donde se acabe de una vez por todas con unos discursos descalificativos para intentar mantenerse en la trona o aspirar a sentarse en ella aunque sea vendiendo su alma al diablo, suponiendo que éste exista. Y donde, esto es novedad de ayer mismo, a nadie se le ocurra boicotear la votación por internet de los socialistas usando unas prácticas tan corruptas como los que han desvalijado este país de nuestros pecados.

Bien probablemente, tras el chaparrón, falta nos hace a los alicantinos y alicantinas uno de verdad, llegará la reflexión en los escasos días siguientes que seguirán al desfogue de algunos y las aguas puede, insisto, puede, que vuelvan a su cauce, lugar del que nunca deberían haber salido. Y los radicales, siempre malhumorados, encontrarán el pretexto, siempre lo encuentran cuando no tienen otra salida a su corrupción o a su demagogia, o a ambas a la vez, para ofrecer su sacrificio por el bien de la patria en forma de algunas abstenciones (no tienen por qué ser todas: en nuestra Comunidad ya lo vimos en la elección de president). A cambio, claro, de algunos retoques en sus discursos pesimistas y agoreros que les permitan evitar unas elecciones en las que todos, y especialmente los dos representantes del malhumor nacional, saldrían peor parados. O eso espero.

¡Y eso es todo, amigos!