Sin lugar a dudas muchos de nuestros políticos han aprendido (o quizá ya lo sabían) a sobrevivir como tales con una cara dura que se la pisan para utilizar altas dosis de demagogia sin sonrojarse, pues cualquier otra persona decente sería incapaz de salir a la calle con la cabeza alta si estuviera inmerso en algunas de sus bochornosas situaciones. En efecto, la caterva de presuntos chorizos y hábiles demagogos, que incluso se permiten dar lecciones de ética y coherencia en los medios de comunicación, pululan sonrientes delante de nuestras narices para tomarnos el pelo como si fuéramos imbéciles, haciéndonos percibir una realidad distinta a la que vemos con el único objetivo de inducirnos a un irrealismo mágico que les permita esconder sus manifiestas miserias, sus fechorías, sus incoherencias y, en definitiva, su evidente incompetencia e irresponsabilidad para gobernarnos. Amparados en su peculiar vara de medir, lo ancho para mí y lo estrecho para el contrario, idénticos hechos o situaciones pueden ser diametralmente diferentes en cada momento y lugar, al extremo de que, por ejemplo, determinados comportamientos corruptos, idénticos cualitativa y cuantitativamente, sean, según los casos, errores o irregularidades bienintencionadas o flagrantes delitos adrede que, elevados de la anécdota particular militante (ovejas negras) a la categoría general partidaria (partido corrupto), hasta puedan servir como argumento político descalificatorio para justificar el rechazo a alianzas políticas de tipo programático con unos u otros, según convenga; o, al extremo, de que idénticas iniciativas políticas o ciudadanas puedan ser, según los casos, benéficas decisiones y comportamientos de calidad democrática o maléficas finalidades y perversas actitudes de índole totalitaria. En definitiva, el diseño intencionado de una realidad virtual para que todo parezca lo que no es y así satisfacer cada uno a sus clientelas con ilusorios proyectos, inexistentes, que les permitan seguir disfrutando de sus particulares privilegios, convertidos, según los casos, en merecidas recompensas por el servicio público prestado o en repugnantes abusos a costa de los contribuyentes.

Así, con semejante demagogia y cara dura, no tienen reparo alguno en descalificar al enemigo como corrupto con tu mochila cargada de casos similares de corrupción o en rechazar acuerdos con quienes en sus filas soportan múltiples casos de corrupción mientras pactan con otros que en sus filas tienen dosis de corrupción similares, lo que evidencia que esa no es precisamente la razón política, sino el particular interés que en cada momento y lugar se considere más favorable. Sólo así se puede entender, por ejemplo, que la razón del rechazo del PSOE a pactar con el PP sea la corrupción, o que Ciudadanos la utilice como argumento para pactar cuando apoya en Andalucía al PSOE y en Madrid al PP, o que Podemos haga lo propio mientras afirma que está dispuesto a formar gobierno con los socialistas, tras acusarles de «casta» y de corruptos.

Y así, con semejante cara dura y demagogia, no escatiman en dar por buenas las políticas que hasta ayer mismo denigraban o en rechazar comportamientos sociales que alababan incluso siendo ellos en persona los protagonistas y líderes de los mismos, lo que evidencia la utilización de inexistentes proyectos ideológicos alternativos sólo como palanca demagógica de deslegitimación de los existentes. Sólo así se puede entender, por ejemplo, que los escraches protagonizados por Colau, Barbero y compañía fueran expresiones democráticas amparadas en la libertad de expresión, mientras que las sufridas ahora por ellos, como la de los policías a su concejal madrileño, sean un «ataque ideológico», protagonizado por «fascistas» y susceptible de ser investigado como supuesto «delito de odio», quejándose además de que «la Policía Nacional no me ha defendido» cuando en los anteriores escraches cualquier intervención policial era síntoma del Estado policial español protegido por la «ley mordaza»; o que Ada Colau, protagonista indiscutible de abortar desahucios, por ser intolerables e inaceptables, palanca indiscutible para su posterior aterrizaje en la política, ahora, como alcaldesa, pase a regularlos; o que tras participar y defender las huelgas como derechos indiscutibles de los trabajadores, incluidas las actuaciones de piquetes violentos, ahora tache como «desproporcionada» la huelga de los trabajadores del metro de Barcelona y decida incluso hacer públicos los salarios que perciben para desacreditarla ya que, según ella, «no podemos decir que sí a todo», afirmación con la que, obviamente, estamos de acuerdo, aunque hemos de denunciar que no tuviese la misma comprensión con sus antecesores en el cargo, precisamente para denigrarlos y ocupar su puesto.

Ya ven con este derroche de cara dura y de demagogia sólo cabe seguir la corriente a semejantes farsantes en esta virtual realidad que han diseñado o desenmascararlos para que regresen a la realidad cotidiana que vive el resto de los mortales. La primera opción conduce a una falsa percepción que con el tiempo sólo genera desencanto; la segunda la resignación a una cruda realidad en la que, al menos, no toleremos que se nos tome como idiotas. Elijan ustedes mismos.