Era el 25 de febrero de 1976, tres meses habían pasado desde la muerte del Dictador. Para ese día estaba convocada una reunión de la Unión de Trabajadores y Técnicos (UTT) provincial de la CNS, -sindicato vertical del régimen franquista-. El motivo era la elección de la comisión negociadora del Convenio de la Construcción. El convenio no vencía hasta el 30 de abril pero los jerarcas del sindicato oficial estaban informados de que en las últimas semanas estaban apareciendo en las obras panfletos con tablas reivindicativas y llamamientos a constituir comisiones negociadoras elegidas directamente por los trabajadores al margen del Sindicato Vertical. Al mismo tiempo la situación laboral en España era de gran agitación, con gran número de huelgas entre las que destacaban las de Construcción en Madrid y Barcelona o el Calzado en Elda y Elche.

Ante tal situación, los jerarcas del Vertical pensaron que con un golpe de mano, antes de que los trabajadores reaccionaran estaría el convenio firmado, lo que dificultaría cualquier movilización patrocinada por CC OO, organización que, sabían ellos, estaba detrás de todo el movimiento existente en las obras.

Se había convocado la reunión de la UTT el viernes anterior, prácticamente sin tiempo para reaccionar a las organizaciones obreras que, recordemos, estaban prohibidas y funcionaban clandestinamente. Pero tuvimos la información y la capacidad para responder porque Manuel Giménez, -quien suscribe esta crónica- había conseguido llegar, tras varias elecciones, a la UTT provincial sorteando los obstáculos de todo tipo puestos por los burócratas para evitar que la gente de CC OO se infiltrase en los niveles superiores del Sindicato Vertical. De esta manera conocimos sus intenciones y pudimos reaccionar en sólo un fin de semana y dos días laborables para lanzar la huelga que preveíamos para dos semanas más tarde. El lunes día 23 cuando los trabajadores se incorporaron a las obras se las encontraron sembradas de octavillas llamando a la huelga para el miércoles 25 y a una concentración frente al edificio de los sindicatos en Alicante en la calle Lorenzo Casanova.

Las obras más importantes, con mayor número de obreros eran: la de construcción de la nueva fábrica de cementos en San Vicente con 280 trabajadores; la de Galerías Preciados con más de 200 y la Urbanización El Palmeral en San Gabriel con unos 300. Sabíamos que el éxito de la huelga dependía de lo que ocurriera en estas tres obras, y a ellas dedicamos el mayor esfuerzo de información los días previos.

Llegado el día los trabajadores de estas obras se bajaron desde los tajos hasta el edifico del sindicato, incluso desde San Vicente muchos trabajadores hicieron el itinerario a pie. Por el camino iban invitando a los trabajadores de las obras que encontraban a sumarse al paro, que muchos desconocían, y así se extendía la huelga. A las diez de la mañana la calle Pintor Lorenzo Casanova era un clamor, se sentía cierta preocupación porque esta calle estaba en obras y había amontonados gran cantidad de adoquines del pavimento levantado, y temíamos que algún provocador pudiese lanzar un adoquín a un ventanal o contra un policía. Existía además otro factor de gran tensión: la prensa daba la noticia de la muerte de Teófilo del Valle, trabajador del calzado asesinado el día anterior en Elda por disparos de la policía. La gente no se tragaba la versión oficial del Gobierno Civil que trató de desacreditar al obrero muerto tachándole de traficante de drogas. De manera espontánea los albañiles comenzaron a ponerse lazos negros en la solapa e, incluso, hacer una colecta para ayudar a su familia. Era una forma de protestar y rebelarse contra la opresión de la Dictadura que, con estos crueles coletazos, aunque retrocediendo, se resistía a ser derrotada.

La gente estaba allí. ¿Qué hacemos ahora? ¿Quién habla? ¿Como nos hacemos oír? Alguien propuso organizar una colecta para comprar un megáfono. Creo que, como siempre, fue un militante del PCE quien se encargó de ello y pronto tuvimos uno (quien sabe si estaba preparado de antemano). Encaramado al ventanal del edificio y asido a las rejas con la mano derecha, en la izquierda el papel donde figuraba la plataforma reivindicativa, alguien se elevó para ayudarme a sujetar megáfono. No importaba que función desempeñara cada uno, todos sabíamos que lo esencial era estar allí, haber parado las obras en la primera huelga después de más de cuatro décadas.

La huelga duró dos días, constituimos una comisión negociadora paralela, los verticalistas tuvieron que aceptar la supervisión de las negociaciones por la «Comisión de los Diez», elegida en la asamblea y aceptar a este cronista -infiltrado en el vertical pero ya a cara descubierta- como miembro de la comisión negociadora oficial. En las dos semanas siguientes aprendimos a negociar un convenio colectivo al tiempo que a organizar un nuevo sindicalismo, pero eso ya es otra historia.