Gruñe cuanto quieras, / cierra puerta y ventanas. / Me río de eso, pues las mujeres, / incluso la más tonta, aguzan el entendimiento / y se vuelven ingeniosas de golpe: / para ello, basta encerrarlas con llave / y ya está todo hecho.

(C. Sterbini)

La ópera rossiniana en dos actos con texto de Cesare Sterbini cumplió el pasado sábado doscientos años, y está basada en El barbero de Sevilla de Beaumarchais, pieza esencial del teatro europeo del XVIII. Una de las figuras más interesantes de la época, el francés fue, ante todo, aventurero y autor teatral de extraordinario talento. Sus comedias, muy polémicas, transcurren en la época que precede a la Revolución. La trilogía El barbero de Sevilla, Las bodas de Fígaro y La madre culpable le dio celebridad mundial.

En el estreno romano de la ópera (1816) Rossini utilizó la obertura que había compuesto animado por el tenor de la compañía, el sevillano Manuel García. Ante su fracaso, eliminó dicha obertura (hoy perdida) y otros detalles hispanizantes introducidos por sugerencia de García. Al día siguiente, la representación tuvo el éxito deseado con la nueva y chispeante «Obertura», una de las más populares del repertorio, que adelanta el humor, el ingenio, las intrigas y los juegos de amor de la comedia. Todo, pura casualidad, pues había sido utilizada en dos óperas anteriores de índole completamente diferente: Elisabetta, regina d'Inghilterra y Aureliano in Palmira.

La entrada de Fígaro en el primer acto es resplandeciente y optimista: el barbero vive satisfecho de sí mismo y de las múltiples posibilidades no exactamente profesionales que le ofrece su trabajo, habilidades que pone al servicio del conde de Almaviva. El aria de Rosina saca a la luz con gran habilidad el carácter a la vez ingenuo y malicioso de la protagonista. La correspondiente a Basilio describe muy gráficamente los efectos de la calumnia comparados con los de una tempestad, con el recurso muy rossiniano del crescendo. En el «Finale», con siete solistas y el coro, se forma un concertante brillante lleno de onomatopeyas? con crescendo incluido.

En el segundo destacan el dueto cómico del Conde y Bartolo, la bellísima aria de la lección de canto de Rosina y el delicioso quinteto en el que se despide a Basilio. A ello añadimos la graciosa aria de Berta, enamorada casi sin saberlo de Bartolo, el viejo gruñón que tiene por amo; la tempestad, curioso interludio musical, y el dúo amoroso de Almaviva y Rosina con los sarcásticos comentarios de Fígaro. Aquí vemos las intenciones del ilustre compositor, quien durante su carrera compuso pocos números que fueran sinceramente amorosos. La escena se convierte en el gracioso trío de la huida per la scala del balcone. La ópera termina con el gracioso vodevil final.

En su debut español en el Teatro de la Santa Cruz de Barcelona en 1818, se interpretó con una obertura compuesta adrede por Ramón Carnicer, pues la partitura rossiniana había llegado de Italia viuda de obertura. El maestro español tuvo ocasión de dar explicaciones al italiano durante la visita de este a Madrid en 1831. En 1825 esta producción lírica llegó a Nueva York y Buenos Aires, ciudades en las que se pudo escuchar por primera vez una ópera completa.