En 24 de los 28 estados de la UE hay gobiernos de coalición que en algunos casos llevan décadas gobernando diferentes países con resultados muy saludables. Lo que en Europa es algo habitual, en España se nos muestra de forma interesada como una anomalía, cuando en realidad estos gobiernos, consecuencia de pactos y acuerdos políticos de distinta naturaleza y con diferente geometría, son el reflejo de la pluralidad y diversidad de sus sociedades, así como de una madurez democrática. Desde la ciencia política se afirma que los gobiernos de coalición obligan a buscar acuerdos y consensos amplios, reduciendo las decisiones autoritarias y ejerciendo así una menor polarización social.

El impacto de la crisis sobre amplios sectores de la sociedad, el agotamiento del bipartidismo junto a la crisis sistémica del Estado han empujado la aparición de nuevas fuerzas políticas y el consiguiente fraccionamiento de un mapa electoral que anteriormente estaba dominado por la alternancia entre los dos grandes partidos que han estado en el cuadro de mandos desde la Transición, el PP y el PSOE. Un primer reflejo de ello lo tenemos en esos nuevos gobiernos municipales y autonómicos que han surgido tras las elecciones del pasado año, fruto de pactos, acuerdos y coaliciones cuyo recorrido a lo largo de estos primeros ocho meses de mandato está siendo muy irregular.

Pero no nos engañemos, el éxito o el fracaso de estos gobiernos de coalición es responsabilidad de las personas que los forman, mucho más que de los partidos que los dirigen, lo que explica que en el mismo territorio valenciano coaliciones similares estén funcionando razonablemente bien, frente a otras que no paran de generar sobresaltos y disgustos, mientras que también se han producido ya algunas rupturas, a pesar de los pocos meses transcurridos.

En términos de funcionamiento, el Gobierno de la Generalitat presidido por Ximo Puig viene trabajando de manera muy satisfactoria, con una buena división de papeles, sin estridencias, con discursos homogéneos y decisiones respaldadas por todo el ejecutivo que actúa con unidad. No tengo la menor duda de que en los Consejos de Gobierno se discutirán las decisiones a cara de perro, que tanto el PSOE como Compromís tienen estrategias distintas ante los mismos temas y que más de un conseller tiene una opinión diferente respecto a las políticas adoptadas por otro; pero la maquinaria funciona trasladando a la sociedad unidad de acción y una política común.

En Elche, por el contrario, acabamos de asistir a la crónica de una ruptura anunciada a la que solo faltaba poner fecha. La naturaleza bien compleja de una de las personas firmantes del acuerdo y su manera de actuar, por libre y al margen del resto del equipo de gobierno municipal, había llevado al tripartido ilicitano a una situación límite, perdiendo energías y credibilidad a raudales porque en ningún momento supo actuar como un equipo unido y cohesionado.

En la ciudad de Alicante siempre tenemos una manera muy particular de hacer las cosas. Y así, desde el mismo día de la investidura del nuevo Gobierno municipal las disensiones públicas, las peleas más o menos disimuladas y los enfrentamientos han sido moneda corriente en el tripartito alicantino, provocando una larga lista de desencuentros cuyas víctimas han sido diferentes colectivos que han padecido decisiones tan polémicas como controvertidas. Lo más llamativo es que, mientras se negaba con vehemencia lo que toda la ciudad certificaba, no se detenía la pirotecnia de disputas, riñas y hostilidades, hasta culminar este pasado domingo con una mascletà de comunicados entre el PSOE y Guanyar, impropios de dos socios de un mismo Gobierno.

Las razones de esta conflictividad creciente son múltiples, pero es cierto que los partidos que forman el tripartito han sustituido la política por la gestión mediante un reparto de competencias entendidas como compartimentos herméticos e independientes, a modo de camarotes estancos en un barco, patrimonio de cada una de las fuerzas políticas que tiene asignado el área y sin que el resto de concejales o partidos del equipo de Gobierno puedan inmiscuirse en las competencias de otro, ni siquiera el propio alcalde. Con ello, no estamos asistiendo a un proyecto político compartido en la acción municipal, sino a una suma de proyectos independientes y a veces contradictorios, con una visión patrimonial de la gestión municipal donde sobra arrogancia y falta trabajo en equipo.

Y todo ello convirtiendo a los ciudadanos alicantinos en rehenes de sus disputas y a la ciudad en el campo de batalla de sus desencuentros, con un rosario de medidas caprichosas, tan caóticas como estrambóticas. Es lo que sucede cuando se sustituye la política por los personalismos.

@carlosgomezgil