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Bartolomé Pérez Gálvez

Drogas: el problema que no cesa

La percepción del riesgo es uno de los principios indiscutibles de la prevención del consumo de drogas. Cuanto más perjudicial sea el daño que podemos esperar del uso de una sustancia, menor será la probabilidad de que acabemos consumiéndola. Este es el factor que justifica, en mayor medida, las elevadas prevalencias del uso de alcohol y cannabis entre los adolescentes españoles. De ahí que debamos ser especialmente cautos con la gestión de la información en esta materia. Y es que tan negativo es pecar de catastrofistas, como caer en un optimismo desmesurado sin base alguna que lo justifique.

Quizás por ello me ha indignado la alegría con la que, el Ministerio de Sanidad, ha presentado los resultados de la última encuesta de consumo de drogas en población escolar (ESTUDES). Cierto es que se trata de una pauta habitual en todo gobierno, sea de uno u otro color. Pero la irresponsabilidad de unos no justifica, en modo alguno, la reiteración de este comportamiento. Si el problema del consumo de alcohol y de otras drogas se mantiene estable es, simple y llanamente, porque hemos alcanzado un punto en el que difícilmente podemos ir a peor. Poco importa ya si seguimos siendo el primer país en el ranking de consumo o si bajamos de esta vergonzosa posición. Sea como fuere, seguimos en cabeza. Y, no lo olvidemos, detrás de los números hay vidas.

La información incierta -cuando no malintencionada- no siempre es atribuible al periodista que la difunde. Ni mucho menos. Así que, por aquello de no matar al mensajero, me remito a la nota de prensa emitida por el Ministerio de Sanidad. Su titular es tan falso como contundente: «Disminuye el consumo de todas las drogas en la población de 14 a 18 años». Ojo, de todas las drogas, sin excepción alguna. Hay que ser pardillo para recurrir al maximalismo que, por su propia naturaleza, hace dudar de su veracidad. De nuevo se ponen en práctica los mezquinos principios de la propaganda goebbeliana. Ya saben, una mentira repetida mil veces acaba convirtiéndose en verdad. Cuestión de refutarla.

Vamos a los resultados. En este tipo de estudios es habitual preguntar por el consumo en los 30 días previos a la encuesta. Estos resultados son los que nos ofrecen la «foto fija» más reciente de cómo está la situación. Basta con consultar los datos relativos a ese periodo de tiempo para darse cuenta de que, en el Ministerio de Sanidad, no son muy fieles a la verdad. No hay ánimo de descalificar y, en prueba de ello, les dejo algunos apuntes. En términos relativos, la encuesta indica que el consumo de cannabis entre escolares, en el último mes, se ha incrementado en un 16% en los dos últimos años. Algo similar ocurre en relación a la cocaína, con un aumento del 20% respecto al dato registrado en 2012. Ya ven, nada que ver con un descenso en todas las sustancias, como pregonan desde el Gobierno. Insisto: o mentirosos o tontos de remate.

Del alcohol, la madre de todas las drogas, mejor ni hablar. Aquí reconozco que se advierte un ligero descenso. Claro está que también se obvia un detalle nada baladí. Tratándose de una encuesta en un colectivo que legalmente no debiera tener acceso a esta sustancia, sacar pecho cuando casi el 80% de los escolares beben alcohol y tres de cada diez presentan un consumo de riesgo, se me antoja un tanto irresponsable. Si el propio Ministerio reconoce que un 5% de los españoles tienen un serio problema con el alcohol, vayan haciéndose a la idea de cuál será la tasa de alcoholismo dentro de un par de décadas.

Les decía que me irrita tanto júbilo sin fundamento. Y no por los resultados, porque ojalá fuera esta la tendencia. Lo realmente alarmante es que, a fuerza de presentar como positivo lo que no lo es, el propio Ministerio disminuye la percepción del riesgo entre los adolescentes. Cuando el alcohol y el cannabis se perciben como las drogas menos perjudiciales, solo faltaba que nos intenten convencer de un hipotético descenso en su consumo. Ni que decir tiene que, si la tendencia se presenta como tan favorable, no habría razón alguna para reclamar más medios para combatir el problema. Si todo va bien ¿para qué invertir más en ello? Quienes hemos dedicado algún tiempo a esto de las políticas públicas en drogodependencias, sabemos bien que este argumento es el peor enemigo con el que nos enfrentamos.

Lo realmente llamativo es que no encuentro conexión alguna entre resultados tan positivos y las acciones desarrolladas en los últimos tiempos. Basta con consultar los datos oficiales del Ministerio para evidenciar el abandono institucional en estos años. Los gobiernos autonómicos han disminuido sus presupuestos en más de una tercera parte desde el inicio de la crisis en el año 2008. Todos por igual, que no hay uno que se salve. Como consecuencia directa de esta reducción de medios económicos, la prevención escolar prácticamente ha desaparecido en este país. Entre 2008 y 2013, el número de escolares que participaron en programas preventivos se redujo a la mitad. Y, liderando el ranking del despropósito, aparece la Comunidad Valenciana. En los últimos cinco años de los que se disponen datos oficiales, la participación de escolares en programas de prevención ha descendido en un 90% por estas tierras. En este contexto ¿quieren que me crea que el consumo ha descendido? Sinceramente, ni San Judas Tadeo sería capaz de conseguirlo, por mucho que sea el patrón de las causas perdidas.

Que se ha bajado la guardia en exceso es evidente. Ahora bien, no sería justo atribuir a las Administraciones Públicas toda la responsabilidad. La sociedad, en su conjunto, se ha vuelto extremadamente permisiva y conformista. Una vez más confundimos la libertad con el libertinaje, por más que esto conlleve un grave riesgo para la salud de los adolescentes. Y, aunque mis colegas acaben por dilapidarme, también echo en falta una profunda reflexión respecto al compromiso de las sociedades científicas. Las luchas cainitas por el poder, junto a un excesivo biologicismo que hace dudar de la independencia respecto a la industria farmacéutica, acaban por desvirtuar su propia naturaleza.

¿Soluciones? Más pragmatismo. Empecemos por reconocer la gravedad del problema, recuperemos los niveles de inversión, retomemos la senda de la evidencia científica y, por supuesto, cumplamos las leyes. No hay más secretos.

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