Si hace unos días nos indignábamos por el suicidio de un niño de once años causado por el acoso del que había sido objeto en un colegio concertado de Madrid, el descubrimiento gracias a varias denuncias de que en un centro educativo de Barcelona, perteneciente al grupo de los Maristas, se cometieron durante los últimos treinta años numerosos casos de abusos por parte de varios profesores de este colegio hacia un número indeterminado de alumnos, no sólo ha provocado nuestra más absoluta repulsa y voluntad de que los posibles culpables de tan miserable delito, en este y en cualquier otro colegio, sean castigados conforme lo que la ley establezca sino, sobre todo, la necesidad de que se inicie una investigación pormenorizada y exhaustiva que saque a la luz todos los posibles casos de pederastia que se puedan haber producido en colegios católicos cuyos profesores eran miembros de la orden religiosa de la familia Marista.

Este nuevo caso de pederastia se conoció gracias a la denuncia del padre de un joven de 20 años que se atrevió a contar a su madre, mediante mensajes de WhatsApp y en habitaciones separadas, los abusos que sufrió con poco más de diez años por parte del entonces profesor de gimnasia de este colegio. Tras la publicidad en los medios de comunicación de esta denuncia se sumaron 14 denunciantes más, todos ellos exalumnos, por abusos cometidos por este exprofesor y otros cuatro docentes con la particularidad de que uno de ellos es el actual subdirector del centro que ha sido apartado de su cargo de manera cautelar.

Todos los detalles que se han ido conociendo agravan la situación del colegio y del equipo directivo. Cuando el exprofesor acusado abandonó el colegio en el año 2011, tras una denuncia de un alumno que no llegó a prosperar al no ser ratificada ante el juez competente para este caso, dejó una carta para sus alumnos despidiéndose. Resulta ridículo tratar de hacernos creer que el colegio no supo la razón por la que uno de sus «hermanos» abandonaba la docencia y el colegio. Debió llevar a cabo una investigación a fondo y reunirse con el denunciante así como con todos los alumnos que hubiesen dado clase con este exprofesor y que también pueden haber sido objeto de tocamientos. De haber querido, el colegio Maristas del distrito de Les Corts de Barcelona, habría puesto en conocimiento de la justicia la actividad delictiva que el profesor despedido, verdadero motivo de su abandono, había llevado a cabo en los casi treinta años de trabajo. El deseo de ocultar a la opinión pública estos execrables hechos para mantener su prestigio tal vez suponga ahora una imborrable losa de sospecha.

En una reciente entrevista en una cadena de radio, una de las víctimas relató los tocamientos a que fue sometido por parte de un profesor de este colegio al que nos hemos referido. Abusos que se producían delante del que fue su tutor. Con la edad comprendió que no era una casualidad que los dos profesores coincidieran: uno metiendo la mano en su pantalón y otro mirando. Recordaba este exalumno que los profesores ejercían la violencia física sobre los alumnos de manera habitual y que, por tanto, los tocamientos eran concebidos por los alumnos como un premio, como también se consideraba un premio ir a pasar la tarde a casa del exprofesor de gimnasia.

El comunicado que el colegio Maristas barcelonés colgó en su página web, plagado de obviedades y sin asumir ninguna culpa, no le exime de su responsabilidad de, como mínimo, no haber impedido que los abusos ocurriesen ni de que cuando las primeras denuncias comenzaron a presentarse haber realizado motu propio investigaciones encaminadas a esclarecer todo lo acontecido.

Ya sabemos que la presunción de inocencia rige en nuestro sistema procesal penal, pero no debemos obviar que ninguna persona, por gusto de hacerlo, por cualquier tipo de venganza personal o por afán de notoriedad, presenta una denuncia contra un profesor por abusos sexuales ocurridos hace diez o más años, como es el caso que nos ocupa, sin existir una base de veracidad casi absoluta. Lo que hace más miserable e indignante este caso descubierto es, por una parte, que profesores de un colegio perteneciente a una red escolar con pretendido reconocimiento utilizaran la auctoritas de la que estaban investidos en la sociedad para abusar de manera deleznable de pequeños de diez años y, por otra parte, la tibia respuesta de la dirección territorial de la Congregación de los Hermanos Maristas, incapaz de adelantarse a los acontecimientos que se han ido sucediendo. Para colmo, el actual subdirector ha sido apartado de su cargo tras ser también denunciado por otro exalumno.

No sabemos si nos encontramos ante la punta de un iceberg o ante un caso aislado. Ante ello no podemos alejar de nuestra mente el informe publicado por una comisión de investigación en Irlanda en el año 2009 que confirmó que durante décadas se cometieron todo tipo de abusos sobre niños en centros católicos irlandeses sin que la jerarquía católica hiciera nada por evitarlo pese a saberlo. El hecho de que durante la dictadura franquista la Iglesia católica española tuviese una gran influencia sobre la educación en España nos hace temer que pudo haberse dado un caso similar al irlandés, con miles de casos silenciados por el paso del tiempo.