Cuando me refiero a los «excluidos» de este país me estoy refiriendo a excluidos laborales que lo van a ser de por vida. El desempleo de larga duración es mucho más generalizado y arraigado en España que en el resto de los países de la OCDE. Esta situación ha generado un severo deterioro de las perspectivas de empleo de los afectados; el deterioro es especialmente grave en el caso de los desempleados de muy larga duración (con episodios de desempleo de más de 2 años) que representan casi el 10% de la población activa.

En España hay cerca de tres millones de parados con escasas posibilidades de incorporarse al mercado laboral. De ahí la importancia de las políticas activas de empleo para evitar que este colectivo se convierta en paro estructural. Debemos adecuar las competencias de las personas desempleadas a los puestos de trabajo que se están creando. Éste es el gran reto para paliar las cifras de desempleo.

Nos encontramos, seguramente, ante lo que podríamos denominar una recuperación a dos velocidades. A la vez que se observan claros signos de recuperación en las tasas de salida al empleo para los desempleados de corta duración, no vemos una mejora comparable en las perspectivas de los desempleados de larga duración. Las probabilidades de encontrar un empleo de los grupos más vulnerables siguen en los niveles más bajos desde el comienzo de la crisis, creando un considerable riesgo de exclusión social y económica.

Esta nueva figura laboral de «excluido» no deja de ser una de las herencias de la crisis. Pero en los próximos años tendremos más población excluida del mercado laboral. El 60% de las oportunidades laborales de aquí a 2025 se concentrarán en los jóvenes con estudios superiores, dejando a aquellos que sólo hayan cursado estudios obligatorios sin opciones prácticamente de lograr un puesto de trabajo.

Durante los próximos diez años las oportunidades de empleo crecerán, ya que se espera que se creen 7,6 millones de empleos por sustitución y 1,2 millones de empleos netos. Este relevo generacional y los nuevos puestos de trabajo serán ocupados por aquellos jóvenes que no sólo tengan unos estudios superiores a nivel de titulación sino que hayan sido capaces de desarrollar mejores competencias. Seguramente nuestros jóvenes tienen el mejor nivel de estudios de nuestra historia, pero no podemos competir en altos niveles de competencias con el resto de países de la OCDE. En las escalas de habilidades más altas, la media europea triplica la de España.

Esto quiere decir que aunque nuestros jóvenes tienen cada vez mayor acceso a las titulaciones, las destrezas que se adquieren en ellas no están a la misma altura. Esto se refleja en las oportunidades que reciben en el mercado laboral: Cuando una empresa evalúa a un candidato, ya no mira sólo los estudios que ha superado sino cómo se desenvuelve en situaciones de la vida real, y es ahí donde parece que estamos menos preparados.

La incorporación a la actividad económica debe ser considerada prioritaria, ya que participar del mercado laboral no sólo implica un mejor posicionamiento y un nivel más adecuado de información para acceder posteriormente a los puestos de trabajo, sino también que se mantiene latente en el individuo la esperanza de encontrar trabajo por sobre aquél que, desalentado, ha abandonado la búsqueda.

Pero la crisis económica y los cambios estructurales de la economía también han provocado que los perfiles de la pobreza y la exclusión se difuminen. Se pone de manifiesto la persistencia de algunos perfiles poblacionales como grupos en riesgo de pobreza y exclusión social, la consolidación de perfiles menos tradicionales, como es el caso de las y los «trabajadores pobres», asociados a la precariedad y segmentación de los mercados de trabajo, así como la aparición de nuevos perfiles de personas pobres, aquellas que han perdido su empleo y ya no lo van a encontrar nunca y que tienen serias dificultades para acceder a los bienes y servicios básicos. Todo ello es muestra de este cambio, que conlleva el peligro de convertir una circunstancia transitoria debido a la insuficiencia de ingresos, de pobreza económica, en un problema estructural de exclusión social.

No todos los ciudadanos se han beneficiado de los aumentos en el empleo de los últimos meses. Los jóvenes y los trabajadores de bajo nivel educativo, al igual que los trabajadores no cualificados aún sufren contracciones laborales. Es absolutamente imprescindible mejorar la empleabilidad de estas personas, teniendo en cuenta la constante evolución del mercado y de las necesidades de las empresas.

Además la incipiente recuperación del mercado laboral no se ha trasladado a una mejora de los índices de pobreza y exclusión social, que continúan creciendo y se sitúan entre los más altos de la UE. España ya presentaba uno de los índices de desigualdad más altos de Europa antes de la crisis; con la Gran Recesión esto no ha hecho más que aumentar, por el desempleo y las crecientes diferencias de ingresos entre los que más ganan y las familias de menor renta. Como ya dijimos en otro artículo: en nuestro país se puede cobrar un sueldo y ser pobre. No digo nada si no se tiene sueldo ni posibilidad de tenerlo.