Siempre he presumido, posiblemente en exceso, que mi generación, los que ya traspasamos con holgura los sesenta, el ambiente derechista nos hizo de izquierdas. La década de los sesenta, la década prodigiosa por infinidad de conceptos, nos ofreció una formación que hoy observo escasa. Yo no padecí la dictadura de Franco, quizá por mi juventud, pero sí leía, escuchaba testimonios y me hice un declarado antifranquista.

Recuerdo estar acostado en noviembre de 1975 con un transistor en mi oreja con la levedad que merece la noche. He de confesar que jamás ninguna muerte me alegró, ni la del dictador, pero sí sentí una especie de liberación, una nueva ilusión por llegar a alcanzar todo lo que se había negado tantos años.

Llegó la UCD al frente de un joven y carismático Adolfo Suárez. Nunca le voté y nunca me gustó. Ahora, con la perspectiva que da la lejanía, admito que fue un buen político. Nos trajo la democracia, se la jugó legalizando al PCE. Estaba aún muy caliente la muerte de Franco, tanto que en febrero de 1981, hubo una burda intentona de golpe de Estado que fracasó como fracasa todo lo absurdo.

Finalmente y reabriéndonos a muchos la ilusión de la izquierda, El PSOE ganó unas elecciones generales. Nos emocionamos, nos ilusionamos, pero aquello duró lo que duró. Más tarde o más temprano, como todo en la vida, nos alcanzaron las decepciones.

Ya estamos en 2016 con una España marcada por la desigualdad, los recortes en sanidad, en educación, con la corrupción que se ha instalado impunemente en nuestras vidas y con unos partidos dedicados a sus siglas, no al pueblo. No llegan a un acuerdo y, lógicamente, lo paga el de siempre: el sufrido ciudadano.

Se barajan múltiples opciones. Que si la gran coalición, PP, PSOE y C´S con otro candidato a la catalana como presidente. El PSOE mordaz vigilante del PP, y éste con nuevas caras. Más aquí viene la cruel interrogación: ¿cómo asociarte con quién ha hecho de la corrupción un amante compañero de cama? En estos instantes la Guardia Civil anda ajetreada rebuscando datos, ordenadores, lo que alcancen, en la calle Génova, y Esperanza Aguirre, sofocada por tanta corrupción ha presentado su dimisión.

Dejando a un lado el burdo acoso del miedo, de la financiación venezolana o iraquí (que ni niego ni confirmo) veo que el programa de Podemos, en su lado social es muy parejo al socialista. Sus primeras proposiciones de ley han sido eminentemente sociales: abolición de los desahucios, evitar el corte energético a aquellos que demuestren su falta de medios, ayudas a los que no perciben prestación alguna, etcétera.

El PSOE ha hecho lo mismo con una proposición de ley para derogar la Reforma laboral, recuperar la integridad de la sanidad pública, restablecer los recortes habidos en educación, y eliminar la restrictiva Ley mordaza.

Es decir, los dos partidos, y más allá de otras apetencias, han promovido lo fundamental y lo que verdaderamente interesa a la gente.

Si esto es así, ¿por qué no se produce un acuerdo para gobernar, qué explicación pueden dar? Un gobierno de izquierdas es posible y deseable (y dejémonos ya del torpe y facilón mantra de que el PSOE no es izquierda) y no tiene por qué ser un gobierno inestable. PSOE, Podemos, Izquierda Unida, Coalición Canaria y probablemente el sensato PNV, alcanzarían una minoría mayoritaria de 168 escaños, que no conseguirían PP y Ciudadanos. El PSOE podría controlar, o eso quiero creer, las líneas rojas que no admite de Podemos.

Naturalmente que todos tendrían que renunciar a sus pretensiones máximas. Pero ésa es la esencia de toda negociación, para, a cambio, lograr la satisfacción de los mínimos exigibles.

¿Y por qué no se produce ese acuerdo? Por vanidad, por egoísmo, por soberbia disimulada, porque se les ha subido el cargo a la cabeza, por ambición retardataria de Pablo Iglesias, en mi opinión, puesto que la Presidencia del Gobierno correspondería al representante del PSOE, con más peso electoral. Pero poner trabas insalvables a ese acuerdo es una cabronada democrática. Iglesias prefiere que haya elecciones, porque cree que se impondría al PSOE, y por eso, siempre en mi posiblemente equivocada opinión, se opone al pacto posible ahora. Pospone la consecución de las necesidades fundamentales de los ciudadanos a una hipotética victoria en unas nuevas elecciones. Intolerable, simplemente imperdonable, por no decir democráticamente indecente. Como todos, buscará disculpas para no parecer responsable del fracaso de las negociaciones y de la necesidad de volver a echar los dados de los votos.

Yo, como persona de una izquierda muy moderada, preferiría un gobierno PSOE-Ciudadanos, pero no me salen las cuentas.

Quizá influido por tanto ataque mediático, no acabo de fiarme de Pablo Iglesias, me preocupa su lado oscuro. Lo que no soportaría son cuatro años más de PP. Se me harían interminables, como una condena. Quizá haya que arriesgar con Podemos. Creo que los socialistas podrían controlar la situación.

Por favor, no nos decepcionen a los que ya abrazamos el otoño de nuestra vida.