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La sombra de cada uno

En 1945 el prestigioso médico psiquiatra, y psicólogo C.G. Jung hizo por primera vez referencia a la sombra como uno de los conceptos claves del psicoanálisis. Según explicaba, la sombra se forma a partir del conjunto de frustraciones, experiencias vergonzosas y dolorosas, temores, e inseguridades que se alojan en el área inconsciente de una persona. La sombra alberga, en suma, todos aquellos aspectos negativos de la personalidad que nuestra parte consciente no está preparada para asumir.

Pese a que, para nuestros seres más cercanos, dichos aspectos resulten evidentes, nosotros los rechazamos, los negamos, o los justificamos superficialmente. En muchas ocasiones es el narcisismo lo que nos impide acceder a ese lado oscuro y reprimido de nuestra forma de ser. Y como mecanismo de defensa, las proyectamos en los seres que más cerca están de nosotros. Por este motivo, una persona celosa puede culpar a sus seres cercanos precisamente de celos exagerados. Por eso, alguien egoísta puede tachar de aprovechadas a las personas que le rodean. Es un modo de proyectar nuestra propia sombra para oscurecer al otro.

Ciertamente no es tarea fácil hacerse cargo de esta realidad. Ese encuentro con la sombra suele ocurrir cuando ya nos resulta demasiado pesada, y acontece una crisis personal. Cuando la discrepancia entre lo que creemos que somos y lo que somos realmente es suficientemente amplia. En ese momento, aparecen los primeros síntomas de estancamiento, de depresión, de angustia. Nos sentimos absolutamente incomprendidos. Pensamos que la existencia ya no tiene sentido.

Este es el momento de enfrentarnos con nosotros mismos. De buscar una coherencia a nuestras actuaciones. De preguntamos por qué elegimos una y otra vez el mismo camino erróneo para resolver nuestras dificultades. Esas que siempre reaparecen, y que no dejan de traernos problemas a nuestra existencia. Jung llamó individuación a ese proceso mediante el cual logramos integrar ambas facetas de nosotros mismos, en un todo consciente. Gracias a este ejercicio, logramos dejar de culpar al otro, de buscar nuestros defectos en él.

Como comprendió la escritora Byron Kathleen Mitchell, que durante diez años estuvo postrada en la cama a causa de una depresión y angustiada con pensamientos suicidas, «en vez de intentar, inútilmente, cambiar el mundo para ajustarlo a nuestros pensamientos de cómo "debería" ser, podemos cuestionar estos pensamientos y, mediante el encuentro con la realidad como es, experimentar una libertad y un gozo inimaginables».

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