Mucho se ha hablado estos días sobre la capacidad de liderazgo del candidato Pedro Sánchez, quien ha aceptado la propuesta de investidura de Su Majestad, en cumplimiento obligado de la Constitución por parte del monarca y del artículo 66 de la misma, tras el rechazo de Rajoy a quien como fuerza más votada el monarca le encomendara la misma en cumplimiento escrupuloso de la legalidad, siendo rechazada por el mismo, en un intento tal vez de emparedar a Sánchez entre Podemos y la negativa de los socialistas a pactar con el PP.

Se contrapone muchas veces la capacidad de liderazgo del secretario general socialista, a la de la presidenta andaluza, quien según muchas voces sería la favorita de los representantes del Antiguo Testamento del PSOE, en palabras de un buen amigo habitual de la Cadena SER. Pero si analizamos los actos, los comportamientos y las actitudes de liderazgo, observaremos que ni el de Susana Díaz viene a ser tanto, ni el de Sánchez tan poco. Culmina esta apreciación con la última comparecencia de Felipe González, en que planteaba que si él fuera Susana Díaz, no optaría a presentarse a la Secretaría General del PSOE en estos momentos, un claro mensaje al Palacio sevillano de San Telmo, más aún tras el baile del minué de los barones en torno al comité federal de este partido y a la lideresa.

Analizaremos los hechos que puedan dar más objetividad a esta apreciación. En la rueda de prensa del pasado 2 de febrero, Pedro Sánchez inició su comparecencia con una intervención que tenía el aroma de un discurso de investidura y una actitud que demostraba conocimiento de los periodistas acreditados en la sala, a los que fue citando por su nombre para dar el turno de pregunta. Y así fue enumerando Juanito, Pepito? hasta Miguel Ángel (Aguilar), periodista con la acreditación más antigua en el Congreso, quien preguntó y repreguntó al candidato socialista sobre las posibles «zonas de penumbra» en el desarrollo de la negociación, y la pretensión del candidato Iglesias de que las negociaciones se dieran por «streaming», cuestión que el candidato no obvió en responder.

Es esta actitud un muestra más de liderazgo, que puede contemplarse y valorarse en un político, más allá del estrellazgo del plató, de las apariciones continuas en televisión con discursos que suenan a disco rayado, como suele hacer el candidato y líder de Podemos, Pablo, obviaremos ya el apelativo imaginario de «coletas» tras observar el porte de la vestimenta de esmoquin del líder en la gala de nuestros premios del cine español, aunque sin olvidar el tan manido pero acertado refrán de que «el hábito no hace al monje».

Como valora el mismo periodista que preguntó a Sánchez en la citada rueda de prensa, pensamos que el carisma no nace sino se hace y que el carisma viene liderando, de la misma manera que el apetito viene comiendo. Puede que haya condiciones innatas favorecedoras para alguien queda revestido de carisma pero recordando al viejo profesor Tierno diremos que el carisma viene como resultado. La tierra para quien la trabaja y el carisma también.

En resumen podemos decir, que tras recibir y aceptar el encargo del rey y marcar la diferencia con el desertor Rajoy, se diría que el socialista Sánchez empieza a aureolarse de ese carisma que se posa como el Espíritu Santo sobre los elegidos y que ya poseen los sagrados padres del Antiguo Testamento de la política. Nada garantiza sin embargo que pueda cumplir la difícil tarea a la que ha decidido auxiliarse con un equipo negociador, aunque fuentes fiables aseguran al que escribe que el buscado pacto está más cercano que lejano. Pero en cualquier caso, asumir el intento tendrá premio, incluso si hubiéramos de volver a las urnas, ante los que han intentado el viejo truco del bloqueo, que pagarán prenda. Atentos.