Lo habitual en política es que un gobierno de distinto color político al que ha regentado una ciudad después de 20 años genere tal ilusión en la ciudadanía que ello le baste para renovar la confianza de los electores en las siguientes elecciones. No parece el caso de Alicante.

Nueve meses después de las últimas votaciones al Ayuntamiento de la capital, las ganas de apoyar a cualquiera de los tres partidos que sustentan el tripartito se diluyen como un azucarillo en un vaso de agua. El embarazo es complicado, y lo que este fin de semana ha ocurrido en el seno del Gobierno, con bravuconadas entre Guanyar y el PSOE que para nada tranquilizan a la ciudadanía, vaticina la interrupción de la gestación o un parto en el que la criatura va a necesitar respiración asistida.

Sin salir de la provincia, recuerdo gobiernos de coalición contra natura de entrada más complicados que éste, y que en nada se parecían al sainete que a diario nos están ofreciendo Echávarri y Pavón, dos titiriteros de la política que en nueve meses nos han hablado de proteger a los gatos, de impedir que la banda municipal participe en la Semana Santa o en las corridas de toros, de cómo regular la ocupación de la vía pública sin agotar todas las vías de diálogo con la parte afectada o de bloquear la instalación de un belén en dependencias municipales, gestos todos ellos simpáticos, pero innecesarios.

Tras años de gobiernos corruptos del PP, la ciudadanía no necesitaba de gestos, sino de actuaciones. Todavía no sabemos qué modelo de ciudad quiere el tripartito. Lo que sí conocemos es su modelo de gobierno, más inclinado a la astracanada y al vodevil que al cambio necesario que precisaba Alicante.