Contaba Wislawa Szymborska en el discurso que pronunció al recoger el Premio Goethe -años más tarde sería la Premio Nobel de Literatura-, una escena de Charlot donde se le ve haciendo el equipaje. Llena la maleta a rebosar y se sienta sobre ella para intentar cerrarla con mucha dificultad. Cuando por fin lo logra, por fuera asoman partes del equipaje, un cuello de camisa, ropas varias. De modo que busca una tijera y recorta cuanto sobresale. La poetisa premiada completó la anécdota añadiendo que «esto suele pasar con la realidad cuando nos empeñamos en meterla en la maleta de la ideología».

Originalmente, la «ideología» no era otra cosa que el estudio científico de las ideas. En la sociedad griega muchos de los filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles eran quienes planteaban la forma de pensar de los ciudadanos. Pero ahora, ese conjunto de ideas sirven para la conservación o la transformación del sistema existente (económico, social, político...). Lo malo de la ideología no está en ella sino en la manera de vivirla y trabajarla, porque no es lo mismo el nazismo que la socialdemocracia. A veces tengo la sensación de que las «sociedades bien» del siglo XXI hemos abandonado el riesgo de los ideales. Estamos enfermos de un gran mal: la indiferencia, apoltronados en lo cómodo, huyendo de la responsabilidad sin tener claro lo que está bien o mal y ni falta que hace. Tampoco buscamos respuestas cuando se le ocurre a alguien preguntar para qué vivimos. Y eso es terreno abonado a los totalitarismos.

La importancia de la ideología radica en el hecho de que provee un sistema de convicciones orientadas hacia la acción, capaces de identificar alternativas y tomar decisiones que beneficien al bien común. La realidad actual, en cambio, ha colocado en el centro de todo a divertimentos como el deporte entre las grandes ocupaciones. Su papel omnipresente no deja de ser ideológico, aunque decadente, cuando la gente se emociona más ante los colores de su equipo que ante el sufrimiento ajeno, en palabras del filósofo Manuel Cruz.

¿Cómo entender el orden social vigente, cuya lógica de acumulación consumista es nociva para la mayor parte de la población, termine siendo justificado por buena parte de quienes más lo sufren? Porque el PP y Ciudadanos tienen su caladero de votos no solo en las capas más pudientes de la sociedad. La economía de mercado, con sus graves contradicciones, insiste en imponer con éxito su verdad como si fuera objetiva, casi natural en su constante concienciación de que el mercado es algo neutro y alejado de partidismos e ideologías. Su triste mérito es lograr que el individuo viva inmerso en la gran pecera de la ideología consumista sin cuestionarla ni pensar en otras posibles alternativas diferentes al marxismo leninismo. Y así han logrado que muchos de nosotros critiquemos con desdén a quienes quieren cambiar las cosas, presos de su ideología: «no se dan cuenta de que el mundo es como es y no se puede cambiar»?

¿Qué sentido tienen las ideologías? Sirven siempre que tengan como fin una sociedad mejor para todos. Y por ello es preciso cambiarlas desde el compromiso y la implicación en nuevas expresiones de pensamiento que nos abran a acciones y estructuras de poder más justas y equitativas. Ya lo decía Maquiavelo, cuando hay dos bandos en pugna, pronúnciate. Si obtienes la victoria, probaras las mieles del triunfo; si pierdes, tus enemigos te respetarán. Pero si te quedaste en medio, ambas partes te consideraran como traidor. Que traducido a nuestro tiempo, el del medio es la persona perfecta para seguir siendo manipulada, abandonada en su indiferencia acrítica.