Cada vez que los veo me invade la vergüenza, la ajena, sobre todo, cuando observo que la propia, la suya, ni la tienen ni la conocen. Fui compañero de ellos muchos años en la añorada CAM. Mientras iban ocupando los despachos y las plantas nobles, yo me movía por los vericuetos del sindicalismo. Cada cual, buscando su destino, ambiciones distintas, distantes. Tuve cierta relación con algunos, con ninguno amistad. A la mayoría los tuve por profesionales capacitados y honrados en sus primeros pasos, craso error. Pero se hicieron con el poder, y como suelen hacer bastantes políticos, se inflaron de orgullo, prepotencia y altanería, y como consecuencia fueron incapaces de resistirse a la utilización de medios y cargos para su provecho económico y social, lo que viene siendo definido como corrupción. Con López en la cúspide, cada cual se hizo acomodo en el organigrama, extendiendo sus tentáculos por una red de poder e influencias que paralizaba bocas y razones de esos mandos intermedios tan necesarios para llevar a la práctica sus estrategias, que derivaron en irregularidades y presuntos delitos. Ellos, el Comité de Dirección mandaba, y los demás directivos de ese extenso organigrama, que fabricaron a su imagen y semejanza, obedecían, callaban, en ocasiones ocultaban, e incluso si hacía falta los defendían a capa y espada por el honor de sus retribuciones y parcelillas de poder fatuo.

Del primer envite judicial salió ileso Roberto, tuvo suerte el otrora director general de que le tocara en suerte una magistrada como Teresa Palacios tan comprensiva para con él, y que hilara tan fino, y al tiempo, exhibiera su momentánea y desconcertante sordera para con las acusaciones particulares. Un fallo lo tiene cualquiera, pero el de la jueza tiene claramente dos acepciones. Le toca en suerte la segunda tarde al siniestro diestro de Oscar Esplá en la feria de vanidades y fechorías en la que convirtió, con la inestimable ayuda de su cuadrilla, el coso financiero de la extinta y maltratada CAM. Este toro es de mayor entidad, con más brío y tronío, cornilargo y pasando de los seiscientos. Con este no valen fruslerías. Las pruebas son palmarias, huelen a presidio, apestan a fraude. Los subalternos en esta ocasión van en el mismo saco, a ellos también les ha llegado la larga mano de la justicia. Ese tercer poder que la democracia pone al servicio de los ciudadanos.

Decía Gustavo Bueno, el gran filósofo asturiano, que las élites pretenden mantener su ensueño de minoría despierta. El cerrado círculo de dirigentes taimados que conformaban el Comité de Dirección, fabricaron su fantasía hecha realidad de minoría elitista repartiéndose sillones, despachos, poder, y sobre todo dinero, con la codicia propia del que tiene un ilimitado afán por las riquezas, por los dineros ajenos. Grandes alquimistas de las cuentas de resultados, de la contabilidad amiga, fusionaron apuntes verídicos con otros imaginarios y algunos equívocos, obteniendo una amalgama financiera que mostraban a los cándidos consejeros generales y a los interesados y participes necesarios vocales del Consejo de Administración. Embaucaban a unos y otros, ocultando la realidad de una situación insostenible que maquillaban con productos tóxicos, y lanzando dardos envenenados cuyo curare eran cuotas participativas y preferentes, con los que inoculaban a impositores, proveedores y clientes en general.

Como Hernández Moltó, en Caja Castilla La Mancha, presidente con poderes ejecutivos de los que carecía Modesto Crespo, de ahí su sobreseimiento de la causa que nos ocupa, Roberto y su cuadrilla, tendrán que responder por las acusaciones de haber maquillado las cuentas de la caja, haciendo que arrojaran beneficios cuando la tozuda realidad acabó mostrando unas pérdidas de más de mil millones en 2011. Irregularidades contables que con alevosía y nocturnidad anotaban en las partidas. La tecnología a su servicio, lo que antes hacían los timadores con lápiz y gomas de borrar, lo llevaban a efecto Roberto y su cuadrilla con los medios informáticos puestos a su servicio por secuaces imprescindibles, que eran recompensados con ascensos y expectativas de futuro y pertenencia al clan. Pícaros, bribones, birladores y farsantes se juntaron para acabar con la CAM. Acaben ellos donde la justicia, esa dama ciega, sorda y muda, incline su balanza. Roberto la lidió, y estoqueó, Amorós le dio la puntilla, y la cuadrilla ayudó en cada tercio, en cada suerte, al óbito de la centenaria entidad. Sus fotos en las páginas de crónicas de juzgados, ellos en el banquillo. Vendrán más juicios. Han dibujado en su diario el caminito a Foncalent. Última parada para Roberto y su cuadrilla, con la presunción por delante, «inocentes criaturas», y las acusaciones en torno a todos.