Al igual que en «El Resplandor», la película de Stanley Kubrick, entrar en la Moncloa, un espacio aislado a muy baja temperatura, deparará a quién se arriesgue a intentarlo experiencias impactantes, extrañas sensaciones. Verá, al abrir las puertas de departamentos aparentemente vacíos, a una legión de fantasmas deambular impávidos, aunque amenazantes. Contemplará, alucinado, escenas escabrosas. Percibirá influencias maléficas que le llevarán a entrar en un estado de descontrol indescifrable; más aún, como en la película de Kubrick, la conmoción bloqueará su mente y comprobará, desesperado e impotente, que la historia no avanza.

No hago caso a quienes sostienen que sentarse en el sillón de la Moncloa, por el mero gusto de sentirse importante, es lo que define la ambición del político. Sólo al auténtico pasota le puede resultar psicológicamente irrelevante la prueba del sillón. Una mente sensible, empática y equilibrada, debe albergar, sin embargo, importantes motivos que expliquen el deseo de acceder a una experiencia de todo punto trágica. Cuáles sean tales motivos, lo encomiendo a la imaginación del lector.

No ya la Moncloa, cualquier gobierno -especialmente si es de estatura media- que se plantee llevar adelante un plan, en las actuales circunstancias, se convencerá enseguida de cuán escasas son palancas que puede accionar desde el panel de mando. Podrá gesticular, hablar, discurrir, simbolizar; podrá incluso obcecarse en mantener el barco a flote, lo que ya sería un logro sustancial, pero queda descartada la posibilidad de arribar a algún puerto seguro por sus propios medios.

No se quiere decir que nada haya que hacer, salvo mecerse en el viento que sopla en una u otra dirección, siguiendo la corriente. Al contrario: como la experiencia enseña, pequeños cambios, persistentes iniciativas, son capaces de modificar las redes más compactas.

Contra lo que muchos y muchas creen, la política no se desarrolla sólo en los platós de televisión, con ser éstos muy celebrados, sino en terrenos y escalas mucho mayores. Como en las matrioskas, los ámbitos locales están enmarcados en esquemas más amplios, más complejos, donde se juega la gran partida. Para tener bazas en la gran partida es preciso buscar alianzas, amén de trabajar para cambiar algunas reglas del juego que favorecen vergonzosamente a los mismos jugadores. Por todo ello, destaquemos la valentía de quienes se atreven a enfrentarse al «resplandor». Saludemos, al menos, a los intrépidos.

Mientras la nueva recesión, derivada de la anterior, se cierne sobre sociedades ya maltratadas, en España se está a la espera de la formación de un Gobierno. Posiblemente, lo que hemos visto hasta ahora no llegue a alumbrar un final feliz. O tal vez sí. Pero en todo caso no habrá que lamentar el no haberlo intentado. El camino andado permitirá saber de qué material están hechos las personas y los partidos que concurren y cuál es la consistencia de los proyectos que ofrecen.

Nos movemos en un tiempo de aprendizaje. En los últimos años hemos recibido un máster en diversas materias. Falta aprobar la asignatura de la cultura del pacto. Es un momento excepcional en la Historia reciente de España. Que el resplandor no les ciegue.