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Buenafuente ya no es objeto de debate en Zapeando. Mientras hace dos años las imágenes de En el aire, que se emitía en La Sexta, llenaban minutos y minutos del programa presentado por Frank Blanco, en esta nueva etapa ha desaparecido del mapa. No porque su talento sea menos parodiable, ni su inspiración haya bajado un ápice. Sencillamente porque Andreu ya no pertenece a Atresmedia.

Porque ahora es, a su manera, un empleado de Telefónica, y los emporios empresariales son así. La pela es la pela. Y no hay más miramientos ni contemplaciones. Silvia Abril, por el contrario, sí ha podido verse en Zapeando por activa y por pasiva. Era una de las almas de Tu cara me suena, y todo lo que lleve el ADN de Atresmedia es más que bien recibido en el programa.

Lo malo es que esta situación es extrapolable a toda la televisión. No sólo a los programas de risa. También a los que llevan entre manos asuntos más serios. Y no sólo a la televisión. A todos los medios. A todos los grupos mediáticos. En estas circunstancias, ¿se puede ir por libre? El statu quo nos niega la mayor. Es muy complicado incumplir las reglas del juego. En lo que a críticos y comentaristas televisivos se refiere, me sigue admirando la fe ciega que profesan algunos de los firmantes de la columna de El País, caso de Juan Cruz, Ángel Sánchez Harguindey, Jesús Ruiz Mantilla o Ricardo de Querol, cuando aluden o dedican sus líneas un día sí y otro también a contenidos vistos en alguno de esos canales de pago, a una serie, un documental, o una retransmisión que apenas ha alcanzado al 0,1% de la audiencia global, con un convencimiento de acólito fiel, que vive en su mundo, y al que todo lo que quede fuera de su territorio le incumbe bien poco. Aunque lo que queda fuera sea el mundo mismo.

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