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Joaquín Santo Matas

Sorolla en Alicante, camino del centenario

En estos días, casi a la par, se han inaugurado en nuestro país tres exposiciones sobre Joaquín Sorolla, en la casa museo de su nombre en Madrid con obras de tierra adentro, el Centro Cultural El Carmen de Valencia que recoge dibujos, notas de color y óleos interrelacionados, y por último el MUBAG alicantino donde se muestran los bocetos de la colección de catorce paneles titulada Visión de España que pintara para la biblioteca de la neoyorquina Hispanic Society of America.

Pero además, el 4 de marzo abre sus puertas en la Kuntshalle de Munich la exposición Joaquín Sorolla, maestro español de la luz y justamente cuatro meses después, Sorolla y París, en el Museo de los Impresionismos de Giverny, pequeña localidad muy ligada a Claude Monet, comisariadas ambas por Blanca Pons-Sorolla, bisnieta del artista. Ello da idea de la vigencia internacional que sigue manteniendo el pintor valenciano, profundamente admirado allá donde se contemplan sus cuadros, plenos de una luminosidad y riqueza cromática difíciles de superar. Felipe Garín recordaba el pasado 9 de febrero en Alicante cómo hubo un momento en el que las vanguardias arrinconaron algo a Sorolla que pronto volvió a brotar porque su arte traspasa las tendencias y resulta tan imperecedero como intemporal.

En el MUBAG tuve el placer de mostrarle a su bisnieto Miguel Lorente Boyer, alteano y profesor de su facultad de Bellas Artes, cuadros de sus amigos y coetáneos alicantinos, sobre todo el alcoyano Fernando Cabrera Cantó, que le pintó un retrato, y el capitalino Heliodoro Guillén Pedemonti en cuya casa de la calle San Fernando, con vistas a la Explanada, residió Sorolla algunas fechas en las que estaba solo cuando acudió en 1918 a pintar su cuadro Elche: El Palmeral para la precitada Hispanic Society.

Era el valenciano un enamorado de la costa norte alicantina a la que llegó en octubre de 1896, quedando extasiado con Jávea, «sublime, inmensa, lo mejor que conozco para pintar» según sus propias palabras en carta escrita a su mujer Clotilde García del Castillo. Fueron muchísimos los paisajes que realizara del litoral lo mismo que de actividades cotidianas de la zona como la elaboración de la pasa en Dénia.

El 28 de septiembre de 1918 arribaba por tren Sorolla a Alicante, con su hijo Joaquín y el pintor Alfredo Carreras, alojándose en el Hotel Reina Victoria de la Explanada. Venía a pintar, como hemos visto, el palmeral ilicitano. El hecho de que hubiera un fuerte brote epidémico de gripe en Elche, unido a lo penoso que resultaba ir a diario por un camino infame del hotel a esta ciudad, mientras contemplaba en el trayecto el inmenso bosque de palmeras que existía a la salida de la capital, en el paraje de Babel, propició el que el cuadro lo pintara ahí, al borde mismo del Mediterráneo, un lugar para él «algo único, algo imborrable».

Es cierto que, acompañado de su discípulo y admirado Emilio Varela y del propio Guillén, hizo alguna incursión a Elche para tomar unos apuntes pero el óleo lo pintó íntegro en Alicante a lo largo de treinta sesiones que concluirían el 9 de enero de 1918.

Sorolla quedó prendado de la luminosidad de esta tierra, recibió numerosos homenajes de los alicantinos, hasta promovió la creación de un museo de Bellas Artes que lamentablemente no cuajó pues estaba dispuesto a regalarle dos cuadros y animar a pintores amigos a que también hicieran donaciones para el mismo.

Y desde entonces Alicante está en deuda con Sorolla. Hasta 1933, transcurridos diez años de su muerte, no se le dedicó una vía pública, en concreto un pequeño callejón totalmente inapropiado entre la calle López Torregrosa y la actual parte alta de la Rambla cuya prolongación entonces ni existía.

En 2018 se cumplirá el centenario de la estancia de Sorolla en Alicante y tal efemérides habría que perpetuarla. Mi propuesta va dirigida, y ya la conocen familiares del pintor e insignes estudiosos de su obra, a realizar en el Parque de El Palmeral un mosaico de azulejería autóctona reproduciendo el famoso cuadro, con una leyenda que dijera que allí se pintó su gran obra Elche: El Palmeral de la colección Visión de España que se exhibe en Nueva York. Y si de paso se pudiera rotular una calle más digna con su nombre, mejor aún. Dicho queda.

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