Se cumplió hace unos días el 39 aniversario de la llamada matanza de Atocha, aquellos terribles asesinatos que marcaron a la generación que hizo La Transición y que estuvo a punto, por su gravedad y las repercusiones que pudo ocasionar, de echar al traste el proceso democratizador que se había puesto en marcha en España tras la muerte del dictador Francisco Franco en 1975.

La noche del 24 de enero de 1977 tres pistoleros pertenecientes al entramado fascista contrario al advenimiento de la libertad y que apoyaba a la dictadura entraron en un despacho de abogados situado en la calle de Atocha de Madrid, en el número 55. Allí estaban reunidos, sobre las 10.30 de la noche, un grupo de abogados que celebraba una reunión para decidir qué estrategia jurídica seguir en las reivindicaciones vecinales de los barrios del extrarradio de Madrid. Eran todos jóvenes, de alrededor de 30 años, que enarbolaban la bandera de la lucha por la justicia social contra la represión política y contra las duras condiciones de trabajo impuestas por unos empresarios que se aprovechaban de la inexistencia de un derecho laboral digno de ser llamado así. También ayudaban a los vecinos de los poblados chabolistas que se habían creado producto de la masiva llegada de familias provenientes del campo hartos de pasar hambre en su lugar de origen pero que al iniciar una nueva vida en Madrid se encontraban con condiciones de vida miserables por la despreocupación de las autoridades.

El despacho de Atocha 55 era administrado por la también abogada Manuela Carmena, actual alcaldesa de Madrid que estuvo a punto de asistir a aquella reunión, cuyo testimonio de aquellos asesinatos y el relato de los días posteriores en los que la llegada de la democracia estuvo en peligro podemos leerlo en el libro La matanza de Atocha. 24 de enero de 1977 ( La Esfera de los Libros, 2016) en el que sus dos autores, los hermanos Jorge e Isabel Martínez Reverte, realizan un profundo y ameno estudio de los preparativos, razones y principales responsables de aquella matanza que dejó cinco muertos y cuatro heridos graves. En aquella España color ala de mosca, en aquella España donde grupos de matones fascistas campaban a sus anchas con el beneplácito de los principales responsables policiales y de numerosos jueces, un grupo de abogados, en colaboración con miembros de la Iglesia pertenecientes al movimiento católico de base, horadaba los cimientos del régimen dictatorial franquista utilizando cualquier resquicio que pudieran encontrar. Fue una época de héroes silenciosos, de un tiempo en que no se transmitía ningún mensaje por escrito porque de caer en malas manos podía suponer la detención de un opositor al franquismo. Otra parte muy importante de la población acomodó su vida diaria mirando para otro lado, dejando que fueran otros los que luchasen por la libertad cuando no se aprovecharon de los vencidos quitándoles sus plazas de médicos o de profesores y obteniendo permisos para actividades que los antifranquistas tenían vetadas, como viajar al extranjero.

Los que nacimos en los últimos años del franquismo no pudimos ayudar a conseguir nuestro sistema de libertades, pero sí podemos recordar la presencia que durante la década de los 80 continuaron teniendo en la calle los partidarios del franquismo y los acérrimos nostálgicos del fundador del falangismo. Residí en Salamanca entre 1984 y 1986, un ciudad que en aquella época parecía anclada en los años 50 del pasado siglo, donde la gente todavía giraba la cabeza por la calle cuando se cruzaba por la calle con una persona de color y donde grupos de jovencitos fascistas de poco más de 20 años instalaban puestos callejeros donde vendían merchandising franquista y se paseaban tratando de amedrentar a todos los adolescentes con los que se encontraban. Habían pasado diez años desde la muerte del dictador pero la presencia en las calles de franquistas fanáticos era muy notable.

Los comentarios poco respetuosos que se han hecho en los últimos dos años contra aquellos que hicieron y posibilitaron el tránsito de una dictadura a una democracia llamando «régimen del 78» a todos aquellos que protagonizaron La Transición, supone un insulto a la memoria de los que sufrieron años de cárcel, graves limitaciones en sus estudios y en su vida laboral, fueron golpeados en las manifestaciones o murieron a manos de fascistas incontrolados con independencia del partido político en el que militaban. De manera inexplicable también desde algún sector del PSOE se ha querido apartar de la vida pública a aquellos socialistas que ayudaron a derribar la dictadura con el único argumento de la necesidad del cambio generacional. Cambio que, a nuestro entender, debe realizarse de manera pausada, cuando existe una nueva generación preparada y formada siendo algo que en numerosas ocasiones no se ha producido.

Con la publicación de este estudio sobre los asesinatos de 1977 se da un paso más en la preservación de la memoria de los muertos y heridos aquella noche aciaga, de todos aquellos abogados que lucharon por una España libre y democrática como la que ahora tenemos pero también se reivindica un tiempo y una época en la que los antifranquistas dieron lo mejor de sí mismos, con grandes sacrificios en numerosas ocasiones, a cambio de una idea: la libertad.

En una de las primeras páginas del libro se recogen unos versos de Walt Whitman: «Aunque las flores se marchiten / la belleza subsistirá en el recuerdo». Qué gran verdad.