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José María Asencio

Títeres en Madrid

Cada fiesta popular o tradicional, en estos tiempos revueltos, se traduce en alguna novedad, normalmente caracterizada por la estupidez que considera que, cuanta mayor sea la barbaridad o la horterada, más progresismo rezuma el invento o engendro creado. Esta vez han sido los títeres en Madrid, donde unos presuntos artistas, engreídos en la soberbia de una gracia de la que carecen, creen significativo del Carnaval sacar en su espectáculo unos muñecos que violan a una monja a la que luego agreden con un crucifijo, ahorcan a un juez, apuñalan a un policía y, al final, como colofón a tan magna obra de arte, exhiben un cartel con un «gora Alka-ETA», rebajando a sátira humorística una banda que ha causado más de mil muertes que a algunos les parecen graciosas o dignas del humor y el sarcasmo. Y ello en un programa dirigido a niños cuyos padres tuvieron que sacar del lugar con el consiguiente escándalo ante el nulo contenido infantil del engendro.

Ni cultura, ni contracultura, ni libre expresión de las ideas. Simple vulgaridad que retrata una época en la que el fanatismo, la intolerancia y la intransigencia, así como un odio latente hacia quien piensa de forma diferente, marca una convivencia que, poco a poco, algunos se han empeñado en destrozar animados por un equivocado espíritu progresista que tiene poco de tal y mucho de vacío intelectual y humano.

No me gusta el Código Penal, ni creo que éste sea la solución ante la expresión libre de las ideas o la falta de ellas, que es lo que aprecio en la zafiedad de la grosería más simple y extrema, poco ingeniosa y menos meditada, incapaz de mover a una sonrisa salvo a quienes gozan del ataque a enemigos creados en mentes enfermas. Lo que sucede es que está ahí, con sus normas y que éstas son invocadas con excesiva frecuencia por quienes, cuando a ellos afecta, apelan a la libertad. Pocos días hace que pedían voz en grito la lapidación para Paquirri por torear una vaquilla con su hija en brazos. Ahora, cuando unos zafios exhiben a niños escenas tan vulgares y violentas, reivindican lo contrario, la libertad, calificando de sátira lo exhibido. Tal vez es que ven pedagógico lo mostrado, políticamente correcto y útil para instalar el pensamiento único. Escasa coherencia y mucha contradicción difícil de explicar.

No me gusta el Código Penal, pero, si hay que aplicarlo, se debe hacer a todos los que los traspasen, no solo a quienes lo hagan a lo políticamente correcto desde una posición ideológica. Eso es el búnker o asimilado al que se ha referido Alfonso Guerra, que ahora, mire usted, es calificado, incluso por algunos de su partido, de peligroso derechista. La socialdemocracia es de derechas, la libertad y el respeto, también, la Transición, un fraude a no se sabe bien qué, aunque parece que lo fue a la para algunos aún no terminada guerra incivil. El PSOE de siempre, que transformó este país, es la derecha pura y dura, un objetivo a dinamitar. Que este partido guarde silencio ante críticas de este cariz, preocupa y mucho y genera inquietud en quienes se pueden sentir huérfanos en el futuro.

Sí. No anda equivocado mi admirado Guerra. Son las formas y las conductas las que hacen a las personas y los grupos en los que se integran, no sus palabras, aunque en esta ocasión tampoco engañan. Y las formas de algunos se parecen mucho, demasiado, a los extremos en otro tiempo erradicados con tolerancia y respeto.

Digan lo que digan y aunque, insisto, no me gusta el Código Penal para caso alguno en el que se ejercite la libertad de expresión a salvo cuando se afecte directamente al honor de personas concretas a las que menoscabe su fama, el mismo debe ser aplicado o dejarse de aplicar en todo caso, no sólo cuando lo decidan los que quieren imponer sus reglas, pensamientos y convicciones como única alternativa. Se mesan los cabellos ante cualquier comentario que afecta a sus especiales sensibilidades, pero justifican lo extremo en los casos en que se ataca al diferente. Y si no, lean la prensa y vean cómo reaccionan ante cualquier desviación de lo que se ha impuesto como políticamente correcto en una deriva que coarta la libertad y en la que hemos entrado todos instalados en el miedo a ser vituperados sin clemencia. La autocensura frente a la osadía de quienes van consiguiendo imponer una forma excluyente de entender la sociedad.

El PSOE debe meditar si puede pactar con quien entiende que no representa a la izquierda. Si quiere ser quien es o dejar de serlo y convertirse en otra cosa. El PSOE es lo que es, ha sido y debería seguir siendo. Tiene una gran responsabilidad, que le recuerdan sus referentes históricos, cuya desatención no solo abriría las puertas a no se sabe bien qué, sino a su desaparición como partido de centro izquierda. Quienes representaron la mejor etapa de ese partido en su historia merecen la atención debida. Por experiencia, conocimientos y méritos.

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