Esquivar el interrogatorio de un niño cuando la curiosidad le apremia es una misión imposible. Más vale disponer de las respuestas acertadas en la recámara, o te sacudirá con más y más preguntas sin compasión. «¿Por qué mataban a los gitanos?». Así de pronto espetó mi hijo, sobrecogido por unas imágenes que aparecían en televisión, tras mi fallido intento por cambiar de canal. Si alguien tiene una respuesta adecuada, que se ponga en contacto conmigo cuanto antes y me la explique, por favor.

Aquel fue uno de los momentos más difíciles que he enfrentado. La pregunta que nunca quise responder, la pregunta que nunca debió hacerse. Respondí. Solo diré que al final de la conversación, padre e hijo compartíamos espanto y ojos empañados. Por suerte, duró poco. Cambié de canal, esta vez con acierto, y continuamos viendo Los Gonnies, nuestra peli favorita.

Cambiar de canal nos permite salvar escenas incómodas con inmediatez, con un sencillo gesto de dedo. Por desgracia, no hay botón que al clickarlo nos rescate del pasado y del dolor sufrido. El Holocausto, la Shoah en hebreo, el Samudaripén en romanó, ha sido el episodio más oscuro y terrorífico de la historia reciente, una sádica aberración que nos retrata como especie, una desalmada hazaña que nos avergüenza como mujeres y hombres.

Volver la vista atrás puede ser tan doloroso como necesario. No soy partidario de encadenarnos al pasado, pero olvidar a más de siete millones de víctimas sería un descuido imperdonable. Decía Woody Allen, en una de sus mejores películas, en referencia al genocidio nazi, que los récords están para superarse. Los pelos de punta y un nudo en la garganta, Dios mío ayúdanos. Si olvidamos, volveremos a las andadas, y ojo, que nadie lo dude, el ser humano es capaz de reincidir y superarse a sí mismo.

Si no se recuerda, si no se enseña, si no se aprende, si no se toman medidas, viviremos expuestos a reeditar tragedias similares o mayores aun. No basta con mirar atrás, hay que mirar también al frente. Porque, no seamos ingenuos, el mismo germen que infestó Europa hace más de setenta años, sigue latente, pululando entre nosotros. Gitano, judío, moro, gay, guiri, inmigrante..., son etiquetas que se utilizan con frecuencia para clasificar y estigmatizar sin pudor, para separar y descartar, para consentir comportamientos más que reprobables.

Los prejuicios, nos empobrecen como sociedad y nos envilecen como personas. Los prejuicios se alimentan de estereotipos, de verdades a medias, de mentiras ingenuas. La ignorancia es su raíz, la educación el remedio. Si no se remedia, si no se educa, el prejuicio se normaliza, se asienta en el imaginario de la gente y se transforma en una poderosa convicción. Nadie se cuestiona entonces si es cierta o no, se acepta sin más. Los gitanos son trapaceros y ladrones. Los judíos, avaros y traicioneros. Los moros invaden Europa. Los gays, promiscuos y ociosos. Todos los guiris van con sandalias y calcetines, se beben nuestra cerveza y se comen nuestro jamón. Y los inmigrantes nos quitan los trabajos, las mujeres y los asientos en el autobús. Cuidado, mucho cuidado con lo que creemos.

Se celebró el Día de las Víctimas del Holocausto el 27 de Enero, y por tal razón este viernes tuvo lugar un acto conmemorativo en el Salón Azul del Ayuntamiento, con representantes del pueblo gitano y de la comunidad judía. Muy bien hecho. Pero no dejemos de aplicar -y practicar- la fórmula que sabemos, si no queremos quedarnos sin respuestas ante las preguntas incómodas de nuestros hijos.