«Tristes preparativos, pálidos cirios, día más pavoroso que las tinieblas»... (La Religiosa, de Diderot)

Los obispos españoles presumen de que «España sigue siendo la primera potencia mundial de monjas de clausura»; y efectivamente de los casi 3.600 monasterios femeninos del mundo, 907 se encuentran en España. Según las últimas estadísticas del episcopado (del año 2003), hay 13.000 monjas de clausura, que pertenecen a 44 órdenes monásticas y viven en los 907 monasterios mencionados. Su edad media se sitúa por encima de los 75, y con escaso relevo, por lo que tienen que acudir a novicias extranjeras principalmente de la India, Filipinas e Hispanoamérica para ayudar y cuidar a las ancianas españolas.

Tres adolescentes indias de 15 y 16 años ingresaron en el convento de las Madres Mercedarias de Santiago, siempre creyeron que en España se dedicarían a obras de asistencia como sucedía en su país, y se encontraron con una cárcel de piedra, donde no podían hablar entre ellas, ni mirarse a los ojos, donde trabajaban desde que salía el sol hasta la noche, en un huerto, en lavandería y en otros trabajos. Después de estar en esta situación durante 15 años, pidieron «hace meses» salir del convento. En anteriores peticiones la madre superiora les hizo creer que serían deportadas si abandonaban y que sus familias las rechazarían avergonzadas. Dos superioras custodian las llaves y no podían salir. Apenas aprendieron un poco de español en clases furtivas, y otra compañera expulsada, en vez de irse a su país se quedó en España, haciendo trabajos domésticos y le contó todo lo que pasaba a su empleadora, la cual lo denunció a la policía, quien puso en conocimiento estos hechos a la juez del Juzgado de Instrucción número 1 de Santiago, quien abrió investigación por delitos de detención ilegal, contra la integridad moral, amenazas y coacciones y viviendo en condiciones de semiesclavitud, por lo que ordenó a la madre superiora que en una hora las cinco monjas (dos decidieron quedarse) salieran por la puerta. Ni un minuto más. La Policía Nacional acompañaba a los funcionarios quienes por el torno del convento, la comisión judicial entregó la orden del juzgado. Puestas en libertad declararon ante la juez; «Que cuando llevaba 13 años en el convento no aguantó más e hizo verbal su deseo de dejar los votos eclesiásticos, pero la madre superiora, llamada María Luisa, le manifestó que ella nunca se marcharía de allí mientras siguiese viva, y que si intentaba dejar los votos la meterían en un avión y anularían sus tarjetas para que no pudiera quedarse en España». Salieron del monasterio (al que volvieron para entregar los hábitos) sin más pertenencias que unas fotos, después de trabajar y cuidar a las otras monjas 15 años, nadie del episcopado se preocupó de ellas con ningún auxilio, y están en Madrid en una casa de acogida, donde se comportan como unas niñas (tienen ya 30 años) y sólo sonríen y dan las gracias.

Dice el obispado que todo es mentira, que las religiosas estaban voluntariamente, que podrían irse en cuanto quisieran y que ya había ordenado la exclaustración. Unas jóvenes que apenas saben hablar español, que no entienden ni los letreros de las calles, que se les ha retirado su pasaporte y documentación, que las puertas están cerradas con llave que tiene la superiora, sin ningún dinero, con los hábitos puestos ¿cómo se puede decir que tenían libertad para marcharse libremente del monasterio?

Una vez que se ha ingresado en un monasterio de clausura sólo la madre superiora puede autorizar las entradas y salidas, según la instrucción Verbi Sposa de 1999 redactada por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada del Vaticano. El Código de Derecho Canónico dicta que los monasterios de monjas de vida íntegramente contemplativa deben observar la clausura papal, es decir, según las normas dadas por la Santa Sede; así se establece que «es de competencia exclusiva de la Sede Apostólica conceder indulto de exclaustración a las monjas».

Como dice un comentarista, no se puede entender cómo en nuestro país y en pleno siglo XXI el macabro privilegio eclesiástico, que consiste en permitir en una democracia avanzada, que adolescentes (cuanto más jóvenes mejor, puesto que si crecen un poco luego ya es imposible engañarlas) que todavía no han desarrollado de pleno su personalidad, puedan «elegir libremente» (menudo eufemismo) encerrarse de por vida en un convento, mortificarse el cuerpo y la mente realizando duros trabajos físicos (eso si no se aplican la masoquista «disciplina» católica de mortificación o más bien tortura), en condiciones de escasez de alimentos, con pobre vestimenta y sin la más mínima comodidad (ni calefacción ni agua caliente), por supuesto sin recibir nunca estipendio o remuneración alguna (que ya sabemos que eso de salarios, cotizaciones sociales e impuestos, nunca ha sido santo de la devoción católica) y coartando, cuando no impidiéndoles la más mínima libertad de movimiento, de acción, de opinión y hasta de pensamiento.

Y temo que hay cientos, cuando no miles de novicias extranjeras que están en estas condiciones de práctico secuestro, que no tienen libertad para entrar y salir del monasterio. Ya es hora que jueces y fiscales controlen, igual que se hace con los geriátricos, si están o no voluntariamente enclaustradas y en qué condiciones y qué trato están recibiendo. Pero tal vez y como en los tiempos del Quijote «con la Iglesia hemos topado, Sancho».