Otro al que la justicia, sin prisas, pero sin pausas, va a procesar. Otro que lo tuvo todo como el pequeño gran corrupto Rus, si acaso más todavía que el trilero del conteo. Ripoll, además del control del partido en la provincia de Alicante, fue conseller a la vera de Zaplana, y su representante en el cielo y la tierra cuando el melifluo de Camps se hizo con el poder en la capital del Turia. Tuvo en sus manos un poder omnímodo, cercando a Díaz Alperi en el Ayuntamiento, que fuera su asignatura pendiente y siempre cateada para un septiembre que nunca llegó. Dinero, círculo de amistades de postín, fiestas y saraos, compañero de partido a sus órdenes, empresarios aduladores y muchos, demasiados regaladores de oídos. También formó parte de esa cuadrilla apocalíptica que, con su influencia exógena en la CAM, contribuyeron a su óbito.

Repartió poder, dinero y canonjías en su círculo, acogió en la institución provincial a su guardia pretoriana, paseándose con ellos por todos los rincones de la provincia, alardeando, gozando con la ostentosidad propia del nuevo rico, del poderoso que a nadie tenía que rendir cuentas. Su única lealtad para su amigo y mentor Zaplana, que ya estaba tan lejos con su millonario sueldo en Telefónica, que lo único que le solicitaba era desgaste, y si se pudiera hundimiento de su sucesor en la Generalitat. En política solamente fue fiel a Eduardo, ni lo fue a su partido, ni a sus electores, ni mucho menos a la sociedad. Ello le permitió, cuando los tentáculos de la justicia llegaron en su derredor, supervivir a la primera acometida, y gracias a la intervención de su mentor en Génova, en otro de los errores monumentales de Rajoy en su laxa lucha contra la corrupción, conseguir ser nombrado Autoridad Portuaria, distinción tan injusta como la condecoración a un desertor.

Hace años que fue imputado. Hace años que todo el que quiso enterarse supo de sus siniestras y aviesas relaciones con Ortiz, el perejil de todas las salsas, que tenían todas las trazas de un quid pro quo en las agendas de ambos. Videos de Ripoll visitando sus nuevos pisos de dudosa adquisición, otros con el señor del ladrillo en Sevilla, más en el suntuoso yate, y también acudiendo a rumbosos ágapes donde la gastronomía estaba a la altura de la tarjeta opaca de rigor o de los billetes negros cotidianos. Y las conversaciones, les perdía la novedad del móvil último modelo. Todo sin amistad de por medio, sin nexo de unión de infancia o adolescencia, sin coincidir en colegio alguno, sin ser de la misma calle o barrio. Todo muy raro, todo muy sospechoso, todo muy evidente. Todo una auténtica basura.

La alocución latina de in dubio pro reo, tantas veces utilizada en los tribunales de justicia, que protege al procesado, como fundamento del derecho, que apela a la máxima de que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario, debiera sustituirse en los casos en que los políticos sean imputados por corrupción por la fiscalía, por la de «in dubio pro populo», en el sentido de proteger al pueblo, a la sociedad de sus posibles saqueadores y nefandos gestores. El político, servidor del pueblo, debiera ser apartado de sus funciones, de sus responsabilidades de inmediato, y cuando se le procese que pueda defenderse como cualquier otro ciudadano. Nadie es insustituible. Vuelta a su ocupación anterior. La profesionalidad en el sector público debiera ser solamente para los funcionarios de carrera. Los políticos en general debieran ser aves de paso en las instituciones públicas. El apego al poder, a la política como medio de vida, conduce ineluctablemente a la prepotencia, y esta a la relajación en los comportamientos en la administración del erario público. El imputado pues, a su oficio, trabajo, o profesión anterior a convertirse en servidor público. Nada más que por ciertas conversaciones o comportamientos de dudosa honestidad que formen parte de los indicios de delitos a perseguir, debieran poner instantáneamente fuera de las instituciones al imputado, in dubio pro populo.

El mantener a estos personajes en sus puestos, ha sido sin duda el banderín de enganche de nuevas formaciones que con su populismo, han esparcido el hedor de la corrupción, obviando aclarar, que las organizaciones políticas no son corruptas per se, lo son algunas personas que las integran. Únicamente son monipodios aquellas que tienen como fin delinquir. Ripoll o Rus, como algunos más en otros partidos, debieron ser apartados de la vida política. La corrupción está en ellos, no en la organización de la que se han servido para tal fin, lo que sucede en todas, en mayor o menor medida, dependiendo de su longevidad en el poder. Casos de nepotismo y corruptelas ya se ven, ya se saben entre los recién llegados, esos del dedo acusador.