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Bartolomé Pérez Gálvez

Vida después de Rajoy

Tengo la impresión de que a Rajoy se le pasó el arroz. Y es que, de tanto llevar el cántaro a la fuente, éste acabó por romperse. O la real paciencia de Felipe de Borbón, que viene a ser lo mismo. No fue el Jefe del Estado quien alteró el proceso normal de la propuesta de investidura, sino la inoperancia del presidente interino. Tras rechazar la primera solicitud para constituir un equipo de gobierno, había que ser muy crédulo para esperar que ésta se repitiera. Ni aún con la prórroga concedida fue capaz de hacer los deberes. Le correspondía el turno, por tanto, al segundo más votado. Nadie usurpa la primacía -ganada en las urnas- del Partido Popular; es la ineficacia de su líder quien les relega al banquillo. Se acabó, por tanto, el discurso victimista.

Quizás Rajoy juegue estratégicamente. Supongo que está convencido de que, sin él, esto será un caos. Algo así como la versión contemporánea de ese «después de mí, el diluvio» que hiciera célebre a Luís XV. El candidato popular es consciente de que, sin la aquiescencia de su partido, no habrá más final que unas elecciones anticipadas. De un modo u otro, sin el PP no hay salida a todo este embrollo.

Con su órdago, al todavía presidente del Gobierno se le abren escenarios bastante favorables aunque no sin riesgos. La primera posibilidad, evidentemente, es el posible fracaso de Pedro Sánchez. Complicado pero no imposible lo tendrá el candidato socialista para ser investido, sino obtiene la abstención de los populares. Puede que la sociedad española -e, incluso, el propio rey- exijan este paso atrás del PP. Aunque así suceda finalmente, será imposible gobernar un país con un ejecutivo multipartito y un Senado con mayoría absoluta de la oposición. Jodidos estamos.

Ni el Rey tenía más opción que proponer al segundo en discordia, ni creo que lo hiciera sin cierta preocupación. Dudo que al monarca le apetezca mucho que la partida acabe dependiendo de Podemos y de los separatistas catalanes. Es posible que espere que el PP haga ese sacrificio que se presenta como única solución al desmadre en el que andamos metidos. Cierto es, sin embargo, que los populares están en su derecho de recordar que el esfuerzo debiera corresponder a otros -como el Partido Socialista- y no a la fuerza más votada. Fácil lo van a tener quienes argumenten que el monarca ha jugado la baza más cómoda. Hasta el momento, nada ha hecho que justifique su condición de Jefe de Estado; debió de tener un papel más activo que el de mero moderador de esta mascarada. Sin embargo, sobre Rajoy recaía la responsabilidad de encontrar soluciones, que por algo era el candidato y todavía presidente del Gobierno, por más que lo sea en funciones.

Si Pedro Sánchez no alcanza su objetivo, Rajoy podrá esgrimir que la fiesta debe concluir otorgándole a él la confianza. Lo que debiera ser una cuestión de partidos acaba personificándose como si de unas elecciones presidenciales se tratara. No es así y nadie debiera ser imprescindible, menos aun cuando se bloquean las negociaciones. Da la impresión de que se trata de una simple pelea de gallos y hay mucho más en juego.

Para gobernar, Sánchez necesita socios pero también el sometimiento de sus rivales internos, quienes se verían obligados a renunciar a sus expectativas e, incluso, a su actual cuota de poder. Y, si supera ambos frentes, aún tendrá que demostrar la legitimidad de un gobierno que, por mucho que se disfrace ideológicamente, no deja de ser una jaula de grillos con el interés común de apartar a los populares del poder. Ojo porque, si acaban así las cosas, Rajoy se convertirá en mártir de la patria con serias aspiraciones a regresar a La Moncloa. Tras unos años de gobierno multipartito, podría suceder la vuelta triunfante de quien tiene el récord de desperdiciar, en el menor tiempo posible, el mayor apoyo electoral cosechado en la historia de España. En fin, algo así como perpetuar el caos.

Rajoy se aferra al poder a cualquier precio. En su desesperación, ha llegado a vender incluso lo que no era suyo. La muy generosa oferta que ofreció a su rival consistía en conceder comunidades y ayuntamientos para los socialistas, a cambio de la presidencia del Gobierno. Una oferta con la que se hizo manifiesto que, cuando a él le interesa, sus votos quedan en simple moneda de cambio. Y es que el candidato popular parece compartir con otro Borbón francés -en este caso Luís XIV- la errónea creencia de que el Estado es él.

Su lucha interna por eliminar cualquier crítica interna incluye el acoso y derribo a Aznar, así como a la incómoda FAES que dirige el ex presidente. Quienes fueran sus principales apoyos en el Congreso de Valencia de 2008, hoy andan más preocupados por evitar la cárcel. Deslealtad y malas compañías acaban caracterizando la trayectoria última de Rajoy. Poco cabe esperar del hijo que mata al padre. Menos aún de quien, por omisión de su deber, ha permitido que su partido acabe siendo arrasado por la corrupción. Su último desliz al referirse a ésta -«aquí ya no se pasa por ninguna»- conlleva un reconocimiento implícito de que se permitieron este tipo de comportamientos.

El Partido Popular ganó las elecciones, sí. Pero la victoria, cuando es magra, hay que gestionarla cuidadosamente, sin acompañarla de la altivez que caracteriza a Rajoy y a su camarilla. Los ofrecimientos a última hora, por muy generosos que sean, llegan tarde. Más aún cuando el presidente se ha negado a entregar aquello que, posiblemente, hubiera permitido alcanzar un acuerdo con PSOE y Ciudadanos: su propia cabeza. Ese paso atrás -como insinuaba Esperanza Aguirre sí podría haber sido aceptado por los socios que precisa el PP para gobernar. Un paso atrás que, por cierto, hasta Artur Mas tuvo que aceptar. Pero Rajoy, este nuevo Rey Sol, ni siquiera llegó a plantear semejante sacrificio.

Aún puede retirarse con honores. En su mano está que el PSOE se vea forzado, o no, a pactar con Podemos. En realidad, esta será una decisión de Rajoy y no de Pedro Sánchez. Llegado el caso, la abstención del PP sería un honroso hara-kiri. Una digna salida para cerrar el pasado y empezar a planificar un nuevo futuro. Porque, para los populares, hay vida después de Rajoy.

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