Para cualquier empleo y actividad, y no digamos para disciplinas de rango universitario, la persona que desea desempeñar esa determinada tarea al servicio de la sociedad -de la que forma parte y a la que sirve- ha de comparecer ante sus conciudadanos y acreditar de manera fehaciente que está en posesión de suficientes conocimientos como para que se le permita ejercer esos saberes con total solvencia.

La sociedad toma esas cautelas por pura necesidad, por mor de posibilitar una segura convivencia. ¿Puede ejercer la tarea nobilísima de maestro cualquier persona sin haber cursado la carrera de Magisterio? No. ¿Puede manipularse la instalación de gas en las zonas urbanas sin una suficiente acreditación de destreza? Tampoco. Se puede llegar a médico cardiólogo sin una exhaustiva carrera? No. Y así podríamos enumerar una interminable lista.

Mas hete aquí que para dirigir los destinos de un pueblo no se requiere acreditar nada de nada. Y esto puede predicarse desde los primeros peldaños de la política hasta el último, es decir, el de presidente de Gobierno. Y así nos va?

El conjunto de españoles, sin proponérnoslo, estamos siendo actualmente un modelo de paciencia. El muestrario de los políticos que se autoproclaman como claros salvadores de la situación de inestabilidad política que nos circunda es mediocre, desalentador. Eso sí, es variado.

En un sistema democrático como el que a fuerza de gran esfuerzo poseemos, nos aparece un señor candidato a ser el presidente de España que, de entrada, prescinde utilizar el diálogo como instrumento político. Tajante, se niega a hablar con el representante del partido político que ha sido más votado en las últimas votaciones de diciembre próximo pasado. Y la palabra, la mesurada palabra, el debate que lleve a consenso es la piedra angular de la democracia y de toda política que se precie de tal? Se ha hecho este joven un retrato de cuerpo entero en el que la diplomacia, el talante de hombre de estado brilla por su ausencia. ¿Habrá leído alguna vez a Locke o la biografía de Churchill?

Y, así, en este plan, que diría nuestro admirado Umbral, concurre otro señor, siempre en mangas de camisa -arremangado cual si estuviera descargando sacos-, que en la campaña preelectoral nos sirvió al conjunto de los españoles un argumento infumable. Comparaba, muy convencido en su aserto, la situación actual de intento de secesión en Cataluña con la situación que se dio en Andalucía cuando reivindicaban -el 28 de febrero de 1980- que su Comunidad Autónoma se incluyera en el artículo 151 de la Constitución Española, que recoge el status político de las Comunidades Históricas y no por el 143 que contempla el del resto de Comunidades. (No hay que olvidar que cuando estalló la Guerra Civil de 1936, Andalucía estaba a punto de recibir formalmente de la II República tal consideración de Comunidad histórica). Esto reivindicaron los andaluces, esto obtuvieron. Y nada más.

Y por último, este señor de coleta y perilla aparece de nuevo en la sufrida pantalla de nuestros hogares. Esta vez acompañado de un conjunto de seguidores. Le siguen hasta en el atuendo. Y con gran decisión nos manifiesta que se considera en posesión de méritos suficientes como para pergeñar el futuro gobierno de España. Le ahorra el trabajo al Partido Socialista Obrero Español. Él se reserva el cargo de vicepresidente de Gobierno y las principales carteras ministeriales y, en un acto de condescendencia sin parangón, le entrega la presidencia de Gobierno al secretario general del PSOE. Partido éste que ha obtenido en las últimas elecciones un resultado en votos nunca más escuálido. Aunque el señor Sánchez lo calificó de histórico la noche de las elecciones.

Es la ceremonia de la confusión. Todo vale. Se trata de hablar como si se estuviera con un respaldo de votos deslumbrante cuando a todas luces no es así. Todos los partidos deberían tener puestos los pies en el suelo de la humildad.

Humildad, sí. Y coherencia. El partido que esté libre de toda corrupción que tire la primera piedra al Partido Popular, que aunque con resultados no muy brillantes, ha obtenido más votos en las últimas elecciones que los demás partidos concurrentes. Aunque a decir verdad ha tenido un fallo palmario. No ha desplegado una clara diligencia in vigilando y hoy es notorio que al Partido Popular, indudablemente, lo está hundiendo una plaga de delincuentes de cuello blanco que, hábilmente, se han camuflado en las estructuras del partido.

Estos individuos, muy sagaces ellos, decían estar al servicio del PP. No. Hurtaban, cometían apropiaciones indebidas, desplegaban deleznables artimañas con un solo hilo conductor: enriquecerse. Hoy, muchos de ellos, están alojados en las penitenciarías del Estado y otros deambulan por las calles en libertad provisional gracias a elevadas fianzas. El descenso en votos que ha experimentado en los últimos comicios el PP no se debe a falta de acierto en la gestión económica del país, cuya situación era agobiante al comienzo de su mandato. No. Dentro del mismo Partido Popular, mientras unos desvergonzados hacían rapiña del dinero público, otros, un grupo de buenos gestores con gran esfuerzo y honestidad han capeado un temporal económico-político descomunal dentro y fuera de España. Cuyos resultados están a la vista, aunque no se quiera reconocer por muchos. Había pues una situación dual en el seno del mencionado partido: unos buenos gestores de la cosa pública con la honestidad esperable y otros, unos pícaros, unos caraduras cuyos modelos están sabiamente descritos en la literatura española que producen náuseas al conjunto de los españoles.

Concluyo. Estos pequeños avances en el ámbito económico-social que constatamos hay que preservarlos sea como sea. Y aumentarlos. Ya sea vía turismo, agricultura, I+D. Este incipiente despegue económico es lo único alentador que oteamos y es reconocido sin ambages en toda Europa. Tengamos una clara percepción de este dato troncal. Empezamos a superar la gravísima crisis padecida. No malbaratemos lo que tanto ha costado superar.

Hay que salir de este atolladero en que nuestra España está metida. Hay que volver a la mesura en la política, al saber estar. Se pueden decir cosas muy severas al interlocutor sin caer en el insulto. Es el arte de la política. Que, evidentemente, no es fácil. Es simplemente tener cortesía con el adversario. Decía Goethe: «No hay ningún signo externo de cortesía que no tenga una profunda razón de ser moral». Y termino. Si por casualidad estas líneas leyere algún político tenga muy en cuenta una cosa: el político es imitado. Imitado en todo. En la forma de vestir, de cortarse el pelo. ¿Cuándo se han vendido tantas mochilas como ahora? Y no es cosa de que por puro mimetismo se ponga de moda entre los españoles el negarse a hablar con los que no piensan igual que tú. O que cunda el modelo de contarnos las cosas sucedidas -aparentando total conocimiento- apartándose completamente de la verdad.