En nuestra civilización los menores, las niñas y niños, ocupan un lugar muy especial. Basta recordar que cuando Abraham se disponía a degollar a su hijo Isaac, Jehová lo impidió, quien satisfecho por haber sido este tan obediente, aceptó a cambio el sacrificio de un cordero. En aquellos tiempos era bastante habitual que un padre sacrificara a un hijo a cambio de un favor divino. Este acontecimiento posibilitó que esa cruel costumbre se fuera abandonando.

En 2016 miles de niñas y niños desaparecen. Huyendo de la guerra, del hambre, han llegado solos a Europa y no se sabe con certeza que les ha pasado. Sus padres, ingenuamente, han pagado a las mafias, haciendo un gran sacrificio, convencidos que en la Europa democrática, respetuosa de los derechos humanos, iban a ser acogidos solidariamente. La conmoción que provocó la foto de Aylan, el niño kurdo que venía de Siria, muerto en la playa, duró solo unos días. Europol calcula que unos diez mil menores han desaparecido, unos cinco mil sólo en Alemania. En Italia se ha perdido el rastro de 5.000 menores y más de 1.000 no aparecen en las estadísticas de Suecia. Es bastante común encontrarse, en la ruta de refugiados, con niños y adolescentes en la más terrible soledad y desamparo. Se sospecha que son víctimas de violencia sexual, empleados en tareas como esclavos y posiblemente se les utiliza en el tráfico clandestino de órganos.

En Europa se castiga con severidad cuando un menor sufre abusos sexuales y la sociedad suele reaccionar indignada. Es incomprensible que las autoridades, sean las que sean, no controlen a estos miles de niñas y niños protegiéndolos. Se cuenta con infraestructuras para ello y no pocas familias europeas estarían dispuestas a acogerlos. Asimismo, las autoridades deberían intentar utilizar todos los recursos disponibles para encontrar y ubicar a los familiares de estos desfavorecidos.

La comunidad internacional y la Europa de las libertades no está haciendo los suficientes esfuerzos ante una catástrofe humanitaria de gran calado, en la que dadas las circunstancias convulsas actuales, se pueda llevar a cabo la más mínima garantía de protección de los menores.