Cervantes y Shakespeare no sólo compartieron una época de cambio e innovación literaria; sino que también sus obras muestran intereses y preocupaciones comunes que, de algún modo, les acercan y también caracterizan. Fue a través de sus creaciones como supieron dar respuesta a un tiempo de convulsión y contradicción, tratando no sólo de deleitar escribiendo, sino también de dar luz concienciando y proponiendo soluciones a los nuevos interrogantes y enigmas que acuciaban al hombre ante un mundo nuevo emergente que superaba con creces toda previsión. Ellos supieron sintonizar con lo que preocupaba e interesaba a su público y, que de alguna manera, también tiene atractivo para nosotros, lo que explicaría la actualidad de su legado literario que los convierte en figuras culturalmente significativas dentro de un mundo globalizado.

Ellos fueron capaces de abrir nuevas vías de creación literaria y de sugerir otras alternativas de vivencia de lo humano dentro de un contexto determinado con la virtualidad añadida de actualización en otras épocas y momentos. Es lo que puede explicar la vigencia y atracción de sus respectivas obras, entonces y ahora, así como su sensibilidad e instinto para no sólo deleitar, sino también para hacernos pensar y cuestionar una realidad llena de interrogantes y sinsentidos. Fueron grandes, porque supieron contactar con los gustos, frustraciones y expectativas de casi todos. Fueron, más que nada, genios de lo humano.

Los detalles y aspectos comparativos que se puedan establecer entre ambos autores, tan cercanos como diferentes, cobran nueva luz desde esta dimensión de cercanía y preocupación inquisitiva, que les hace compartir no sólo excelencia literaria, sino también compromiso para con nuestro existir cotidiano en toda su complejidad y radicalidad.