Por muchas vueltas que le demos, la formación de gobierno en España está próxima a la situación de zuzwang, la posición a que se llega en ajedrez cuando todos los movimientos que el jugador puede efectuar son malos. Esto no es consecuencia de que las reglas del juego sean defectuosas, sino de los avatares de la partida y de los movimientos efectuados con anterioridad. Apúrense las posibilidades, que aún existen, para lograr un acuerdo de gobierno, a ser posible «de cambio y de progreso», como una mayoría social reclama.

Pero a mi modo de ver, para iluminar la situación y en vistas a situarnos en la perspectiva del «interés general» de España, sería esclarecedor introducir un factor del que apenas se habla, siendo sin embargo el de mayor importancia para los tiempos presentes y venideros.

Se trata del «problema europeo», la cuestión de la UE. Dicho en corto: si no nos damos cuenta que el «principal problema» que tenemos es que no nos damos cuenta del problema, tenemos todas las posibilidades de ir en la dirección equivocada. Tomar conciencia -como tomar conciencia del reto ecológico- es la condición necesaria para abordarlo. Pero no lo hacemos. Lo dejamos en manos de expertos, tecnócratas, especialistas, un run-run de fondo que apenas entendemos. Sin embargo el futuro de un país como España está absolutamente condicionado por la marcha de los asuntos de la Unión Europea, hoy en medio de una profunda crisis.

Europa tiene muchas caras. Es un proyecto ambicioso que alardea de valores y principios civilizatorios, pero al tiempo es un espacio económico y político dominado actualmente por fuerzas e intereses que condiciona la vida de los pueblos que la componen. La «gran política», valga la expresión, se juega hoy en el espacio europeo. Su principal característica es que se desarrolla sin el concurso de la ciudadanía. Cualquier movimiento político en el espacio local, sea en materia económica, de empleo, tecnológica, migratoria, presupuestaria o monetaria, está en manos de la superestructura europea, una superestructura que ha tenido un papel decisivo en el crisis -agudizándola, en beneficio de ciertos sectores, de ciertos países- y que va directa hacia una situación sin salida de no cambiar su trayectoria.

Los partidos españoles tienen la obligación de enseñar sus cartas y sus proyectos mirando hacia Europa, explicando qué medidas, qué alianzas y qué políticas impulsar. Una Europa sin política social y de cohesión, dominada por esquemas especulativos, es una seria candidata a quedar sepultada por reacciones nacionalistas y populistas de variado signo, antesala de su fracaso. Porque no hay atajos, como hemos visto en Grecia, sino la necesidad de una gran alianza que consiga doblegar el brazo de los intereses enquistados y que abra la puerta a un amplio programa de reformas.

Se nos ha intentado vender, multiplicada, la imagen de que Europa -como en la fábula de Mandeville- es la colmena donde la abeja laboriosa (es decir, cada uno de nosotros) hace su trabajo ciegamente, mientras la magia de la mano invisible (es decir, los intereses especulativos) lo convierte en públicas virtudes. Nada más lejos de la realidad. A la fábula de la abeja, hay que contraponer con urgencia la de la araña, que teje su red de la manera apropiada a las circunstancias, gracias a que, antes de realizar su complejo trabajo, tiene algo así como un modelo, una intención, un proyecto.

Un proyecto para Europa es un proyecto para España. Falta explicitarlo para ponernos manos a la obra.