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Crónicas precarias

Sí, es por ti

No consigo dormir. No soy capaz de comer. Escucho canciones de Leonard Cohen en bucle mientras observo el gotelé de la pared. Arrastro los pies de un lado a otro. Tengo el corazón partido. No sé si solamente me pasa a mí, pero como resulta más barato compartir mis traumas aquí que contratar a una empresa demoscópica para que realice una encuesta, os lanzo la pregunta: a ver, en los últimos días, ¿vosotros también os estáis sintiendo profundamente rechazados por parte de nuestros capitostes políticos? Sí, esos señores que durante meses nos estuvieron jurando amor eterno y ahora ya no se acuerdan de cómo nos llamamos. ¿Por qué nadie quiere ser nuestro presidente del Gobierno? ¿Qué hemos hecho mal? ¿Acaso no tenemos derecho a ser amados?

Probablemente su desafecto se deba a que no hemos sabido votar correctamente. Nos regalaron unas urnas para que las llenáramos de cariño y las usamos a lo loco, sin ponernos de acuerdo ni nada. Y claro, se habrán quedado profundamente decepcionados con nuestra actitud disoluta y picaflor. No estamos preparados para comprometernos con una mayoría absoluta, somos jóvenes, necesitamos experimentar, conocer gente, vivir experiencias distintas. Ellos apostaron muy fuerte por esta relación y nuestra actitud les ha molestado.

Lo que es evidente es que ya no sienten mariposas en el estómago. Tantos buenos momentos compartidos en campaña electoral que se perderán para siempre como lágrimas en la lluvia. No tienen ganas de nada. Nos dijeron que nos llamarían, pero seguramente hasta nos han borrado de WhatsApp. Mucho prometer una vida de felicidad y aventura, picnics en el parque y miradas embelesadas, pero a la hora de la verdad, todo paparruchas.

Por eso se ponen de perfil, no asumen su responsabilidad y se alejan silbando disimuladamente. No es que estén jugando con los tiempos parlamentarios o que sean asquerosamente cortoplacistas, no. Tampoco es que no sepan estar a la altura de las circunstancias o que prefieran meter la cabeza bajo tierra como avestruces con corbata, a ver si cerrando los ojos las cosas se solucionan por arte de magia. Nada de eso, es el desamor que les ha dejado bastante desorientados. Poner fin a un noviazgo nunca es sencillo. El día menos pensado nos citan en una cafetería para confesarnos con voz compungida que no es por ellos, que es por nosotros, que no nos merecemos nada mejor y que no somos suficientemente buenos para su valía política y su visión de Estado.

Yo qué sé, en honor al romance que pudo ser y no fue, podrían fingir que negocian un poco, que están debatiendo sobre alguna propuesta, que intentan ceder y pactar con alguien. ¡Seguro que hay alguna medida sobre la que pueden hablar un rato! Aunque solamente sea para que pensemos que todavía les importamos un poco. Luego ya que convoquen otra vez elecciones si quieren, pero que simulen haberlo intentado, por los viejos tiempos. Nos lo deben.

De todas formas, como en cualquier ruptura, ha llegado el momento de asumir que nuestra relación no era tan idílica. Habíamos perdido la magia y la pasión. Ya no se esforzaban por hacernos sonreír. De hecho, visto lo visto, deberíamos ir a terapia para acabar con esas rutinas tóxicas que tenemos tan interiorizadas. Ha llegado el momento de dejar de sufrir por amores parlamentarios no correspondidos.

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