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Bartolomé Pérez Gálvez

Los pequeños retos de la Sanidad Pública

En los últimos tiempos, la preocupación por los males que acechan a la sanidad pública se ha concentrado en las privatizaciones y los recortes. Sin embargo, el sistema sanitario afronta problemas internos más estructurales que no suelen recibir la atención que merecen. Mientras se dirige el foco a encontrar culpables fuera del sistema -verbigracia, la empresa privada y la clase política-, algunas deficiencias intrínsecas a éste acaban por consolidarse. Pasan los años, cambian los equipos, pero la realidad no varía sustancialmente.

Intentan convencernos de que el sistema sanitario es insostenible, a menos que se reduzcan sus prestaciones.Un sapo difícil de tragar, salvo para quienes gusten de coincidir con las creencias establecidas. Por lo que me toca, me resisto a dar la batalla por perdida. Es más, defiendo que la oferta sanitaria debe crecer en base a las previsibles necesidades de una sociedad que ha mudado sustancialmente en las últimas tres décadas. Claro está que con coherencia y priorizando lo realmente necesario sobre lo superfluo, por mediático que resulte. Y aunque el discurso predominante sea el contrario al que defiendo, por el momento no daré mi brazo a torcer. Al menos, hasta que se evidencie la ineficacia de ciertas medidas cuya implementación sigo echando en falta.

Durante años he oído mil y una ocurrencias. Mil y una maneras de explicar los males de la sanidad pública. Desde la crítica al uso indiscriminado de pruebas diagnósticas o la elevada factura de farmacia, hasta el gasto de papel higiénico o de sobres de azúcar. Razones para economizar a diestro y siniestro, algunas coherentes pero otras no tanto. Recuerden que no es más eficiente aquél que más ahorra, sino quien produce más a igual o menor coste ¡Ojo! que no es lo mismo. Lamentablemente, la búsqueda de esta eficiencia sanitaria se ha dirigido a disminuir costes, en vez de a aumentar la productividad. Por economizar ¡han llegado incluso a adelgazar las pechugas de pollo de los menús! En fin, todo vale a la hora de cuadrar los números.

A la vista de que, legislatura tras legislatura, ninguna comisión de expertos ha sido capaz de poner el cascabel al gato, un servidor descarta las recetas mágicas. No obstante, permítanme aportar algunos apuntes que podrían ser considerados. Pequeños retos que pudieran significar mejoras significativas con esfuerzos ridículos. En fin, medidas que no consigo explicarme por qué no se priorizan. Supongo que será por aquello de la inmediatez porque, en esto de la gestión pública, es habitual rechazar todo lo que no asegure resultados a corto plazo.

No hay que ser una lumbrera para detectar los grandes agujeros de la ineficiencia sanitaria. Su máximo exponente es, obviamente, la infrautilización de los recursos asistenciales. El sistema público dispone de unos medios impensables en el ámbito privado. Cuesta comprender las razones por las que un centro sanitario no funciona a pleno rendimiento durante todo el día e, incluso, los siete días de la semana. La demanda asistencial aumenta con los años pero la oferta no se adecúa a ese crecimiento. Al margen de las intervenciones quirúrgicas que precisan de ingresos inevitables, las listas de espera pasarían a mejor vida si el sistema rindiese bajo los mismos criterios de flexibilidad horaria que caracteriza a la oferta privada. Denme un argumento para aceptar que se mantenga esta situación.

Me dirán que hay interés en que la máquina no funcione, para acabar recurriendo al mercado privado. No tengo la menor duda -y sí, por contra, múltiples evidencias- de que éste es el principal motivo por el que el sistema no aprovecha todos sus recursos. Ahora bien, el primero pero no el único, que hay otras muchas resistencias internas. Cierto es que ya hay iniciativas en marcha. Tan cierto como que, treinta años después de crearse el Sistema Nacional de Salud, esta debiera ser la norma y no la excepción.

Junto a estos medios materiales, la sanidad pública sustenta su potencialidad en una plantilla en la que, como en botica, hay de todo. De lo bueno, lo mejor; de lo malo, también lo peor. Ahora bien, todos forman parte de uno de los pilares básicos del Estado del Bienestar, financiado por el conjunto de la sociedad española. Un matiz por el que cabe exigir pero, al tiempo, obliga a cuidar a este activo. En la práctica cotidiana, lamentablemente, el compromiso mutuo entre el sistema sanitario y los profesionales que trabajan en él queda lejos de lo deseable. Compromiso mutuo, insisto, que no solo de una parte.

La sanidad pública corre el riesgo de una descapitalización de profesionales, fundamentalmente por falta de incentivos. Acepto que esta espada de Damocles siempre ha existido. Ahora bien, precisamente por su condición de defecto estructural merece mayor atención que la recibida hasta la fecha. Es alarmante que quienes más están ofreciendo al sistema sanitario se planteen abandonarlo. Cuando preguntas las razones, la unanimidad es casi absoluta: hartos del café para todos. Y es que, a fuerza de abusar de un malentendido concepto de equidad, hemos acabado en la idiotez suprema de igualar por abajo y nunca por arriba.

Ciertamente, el sistema sanitario necesita un cambio sustancial en las condiciones de trabajo. Son precisos horarios más flexibles, tanto como salarios vinculados a una productividad dirigida al producto que genera -mantenimiento de la salud- y no a la consecución de un ahorro. Tan precisos como la necesidad de orientar el trabajo hacia unos resultados cualitativos y no estrictamente cuantitativos. Todo ello junto a una política de motivación del personal que se sustente en la ilusión por acometer nuevos proyectos, que no todo es dinero.

Aspectos básicos para alcanzar esta motivación -como la investigación, la formación continuada o la docencia- no reciben el apoyo que les corresponde. Para aprender y mejorar, suele ser aconsejable salir al exterior y conocer otras experiencias. Sin embargo, disfrutar de unas semanas de permiso para recibir formación en un centro de prestigio, sigue siendo una quimera. Seguimos manteniendo una visión excesivamente provinciana. En cuanto a la investigación, queda generalmente restringida a las propuestas procedentes de la industria farmacéutica, con los vicios que esta situación puede conllevar. Tampoco estaría de más revisar el compromiso docente con las universidades. Dos mundos que, por cierto, no parecen compartir los mismos objetivos.

Ya ven, las amenazas no solo se encuentran en el exterior. Y es que, en ocasiones, hay que dejar de buscar fuera lo que tenemos dentro. Lo bueno, sí, pero también lo malo.

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