Ya están aquí! Ya han enseñado la patita de lo artificial, porque en ello están. Se suponía que ellos estaban por lo de las ideas, pero en cuantico han podido decir que las sillas sí importan, se les ha caído la careta. Cada vez que veo a un político que exige dónde sentarse, o exige figurar, me recuerda al Franco bajo palio. Esa exigencia siempre demuestra la baja catadura moral de los personajes que están en la baratura de lo plástico sin entrar en lo importante. Quieren llegar, y ya lo sabemos, a costa de lo que haga falta.

Será que no todos los asientos son iguales en el Congreso. Pero ya avanzaron sus propuestas de montar sub grupos de su grupo para cobrar más pasta. Otra patita enseñada a tiempo. Cuando se desenmascaró esa burda estratagema que nos querían vender, sus grupúsculos empezaron a desperezarse. Compromís hizo su camino. Ada Colau ya les ha dicho que a ella también le gustaría tener un partido como el que tiene un «juguetito». Se unieron porque por separado era peor. Pero se separan porque juntos no se aguantan. Porque no tienen un proyecto social para España, sino un proyecto de asalta parlamentos. Una vez dentro, se desmelenan.

Uno de los ideólogos, un tal Errejón, el de la beca, dice que los han enviado al gallinero. Pero no hace autocrítica al ver su partido hecho un gallinero. Lo importante, para ellos, es que se escenifique que son muchos, no que tienen ideas. Bueno, ideas tienen. Por ejemplo, se han repartido los ministerios antes de cambiar el sistema electoral o hacer reformas. ¡Macho, para ese viaje, no hacían falta tantas alforjas, ni tantas coaliciones de partidos! Dame la Vicepresidencia y dime tonto. No es que quieran humillar, es que se consideran superiores. Si cada vez que hablan de sus votos, que son muchos, cinco millones y medio, parece que los demás no tuviéramos votos. O que sus votos valiesen el doble. Esa deslegitimación del votante, que cuando me vota a mí es inteligente, y cuando vota a mi contrincante político no cuenta, es el nuevo leninismo 3.0 al que alude el Presidente González.

Esa superioridad moral, inaceptable en una democracia no bananera al gusto de Podemos, solo es retórica barata. El gallinero al que no les gusta ir es la legitimidad del pueblo. Ese al que continuamente hacen referencia, pero al que sólo parecen poder servir según se sienten en una u otra butaca. Sólo hay que dejarles tiempo para que vayan escenificando los guiones que tienen tufillo de culebrón venezolano o de «paraeta» iraní. Que ya sé que no les gusta que sepamos cómo pagan sus televisiones y las campañas, pero molaría que se supusiese la verdad. ¿No? Antes de que estos quieran controlar los medios de comunicación a la manera venezolana.

Un mundo irreal se alza camino en este populismo que ejerce el antisistema. La gente puede votar lo que quiera, como hicieron con la tetuda Ciccolina, esa actriz porno italiana. Pero al gallinero pertenecemos todos. Y esa casposa manera de reivindicar un asiento de primera es la mejor manera de señalarse. Solo vienen para cambiar la beca de la universidad por el escaño. Eso sí, en tribuna, que en el gallinero no se ve la película igual.

Aún recuerdo cuando mi abuela me daba veinticinco pesetas para ir al Cine Coliseo a ver tres películas. A los jóvenes nos encantaba el gallinero porque es ahí donde realmente nos movíamos de un lado para otro. Donde nos tomábamos la empanadilla y comentábamos las películas, las Minas del Rey Salomón, Tarzán o Cuando Ruge la Marabunta, que eran tres clásicos que se repetían.

Nadie se sintió menos por estar arriba. Es verdad que no íbamos al cine a hacer espectáculo. Y a lo mejor, o a lo peor, como estos de Podemos quieren hacer espectáculo, o malabarismos, esperan sentarse donde el tiro de cámara enseñe las nuevas oleadas de papanatismo populachero. Todo menos ponerse a trabajar por los que dicen defender. Mucha imagen pero pocas nueces. El ruido en el gallinero será plausible. Espero que nos den minutos de gloria. Por eso quieren sillones más abajo. Y abajo está el pueblo, no los mandamases. Bienvenidos al gallinero de Podemos.