A mi hijo Juan, profesor de Filosofía.

e he pasado la vida estudiando la ciudad, desarrollando o participando en planes y proyectos en ella, y sin embargo toda esa actividad académica y profesional, en torno a la Urbanística, no me ha llevado a comprender cuál es la verdadera esencia de la naturaleza de la ciudad. Incluso, en ocasiones, esos conocimientos especializados me aislaban de la vitalidad y existencia humana que laten en las ciudades y la dotan de sentido.

Por el contrario, cuando me he acercado a la ciudad y al fenómeno urbano desde las Humanidades se me abrieron perspectivas nuevas. Frente a esa ciudad fragmentaria y vacía de vida que nos transmiten las disciplinas académicas, encontré como unos pocos versos de un poema podían abarcar toda una ciudad, mostrándome su significado oculto. La literatura me ha facilitado la experiencia de habitar ciudades reales o fantásticas, que son espejos de aquellas, caminando junto a sus protagonistas y compartiendo sus deseos, sueños, y en ocasiones sus miserias.He aprendido a leer el paisaje a través de las obras de los grandes pintores paisajistas , y en la literatura, desde Proust a Gabriel Miró. He aprendido a dialogar con el espacio urbano gracias a la filosofía del lenguaje. He encontrado el alma de un espacio público en los poemas de Borges y Aleixandre. En fin, también he comprendido con Aristóteles que el verdadero político es el que eligeobrar noble y generosamente y no el que busca la política para enriquecerse. Y a pesar de todo, en los debates sobre la ciudad y sus problemas nunca se pide la opinión de un filósofo, de un poeta, de un artista, de un historiador? ¿Cuál es la razón?: no son Expertos.

Un Experto es un especialista que, se supone, domina un campo de conocimiento parcial. La figura del Experto surgió a comienzos el siglo XX cuando la ciencia y la técnica se erigieron como los únicos criterios de verdad, afirmando su autonomía y neutralidad con relación al mundo de los valores: la moral, la equidad, la solidaridad, la belleza, precisamente todo lo que hace que valga la pena la vida humana. El Experto se ha ido afirmando como una figura autoritaria y excluyente, debilitadora e incapacitadora para los ciudadanos al erigirse en el único intérprete de la realidad, de sus problemas y de sus soluciones. Para los Expertos, el ciudadano es un cliente que tiene que ser salvado por ellos.

Desgraciadamente, desde las enseñanzas medias a las universitarias, todo está dirigido a la formación de estos Expertos inhabilitados para la vida. El Plan Wert y el Bolonia están ligados a una visión de la educación que prima lo útil y lo directamente rentable, y desde esa concepción neoliberal las Humanidades caen dentro del dominio de lo inútil.

Sin embargo, hay otros enfoque de lo «inútil» que es preciso reivindicar. Como el de Nuccio Ordine, que en su esclarecedor ensayo titulado «La Utilidad de lo Inútil» sostiene que: «Existen saberes que son fines en sí mismos y que-precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada alejada de todo vínculo práctico y comercial- pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto considero útil todo aquello que nos ayuda a ser mejores personas y eso a la larga es tanto o más importante que la utilidad económica».

Desde esta concepción de «lo inútil», las Humanidades pueden contribuir a ampliar y aportar lucidez al conocimiento del fenómeno urbano, tan dominado por las visiones tecnocráticas en la teoría y práctica del urbanismo en la actualidad. Necesitamos de una nueva pedagogía que agrupe junto al urbanista, al filósofo, al poeta, al novelista, al historiador, al artista, detentadores de los saberes que la sociedad considera inútiles, pero que son los únicos realmente útiles para la vida.