Soy poco dado a los juegos de azar, pero lo sucedido en el PP de la Comunidad Valenciana me hace pensar mucho en este tipo de ilusiones. La Diputación de Alicante, la Diputación de Castellón y la Diputación de Valencia han tenido premio, podemos cantar línea. El problema es que el premio se muestra en forma de corrupción: ¿cómo es posible que los tres dirigentes populares de las instituciones antes reseñadas estén vinculados con vergonzantes casos de corrupción y delincuencia? Y no son solo los dirigentes, también hay una trama a su alrededor que practicaba el mismo negocio mafioso. En muchas ocasiones hemos oído que la corrupción es de las personas, no de los partidos, ahora bien, cuando nos encontramos con que hay un partido que tiene en su cartón del bingo todos los números marcados es que algo pasa más allá de las personas. No me atrevo a enumerar los casos de corrupción institucional que han afectado y afectan al PP en la Comunidad Valenciana. Los alicantinos tenemos muy presente lo sucedido tiempo atrás en el Ayuntamiento de Alicante, pero no es el único: los ayuntamientos populares vinculados a casos de corrupción repletan el cartón de un bingo en el que la línea superior ha sido trazada por las tres diputaciones provinciales. Tantos números marcados no pueden ser azar, no pueden ser explicables desde la corrupción de las personas, tienen que ser algo más. En mi opinión, creo que es justificado decir que la corrupción ha sido un hecho sistémico dentro la propia estructura del PP de la Comunidad Valenciana.

Ahora bien, siendo preocupante lo anterior, personalmente me preocupa más el impacto que la percepción de la corrupción genera en la sociedad. Algún ingenuo pensará que la pérdida de votos sufrida por el PP compensa la suciedad de los hechos. Yo no estoy de acuerdo. Y no estoy de acuerdo no porque si así fuera el PP debiera haber recibido muchos menos votos, no estoy de acuerdo porque, creo, los vergonzosos comportamientos corruptos acaban afectando a todos los partidos y a toda la sociedad. La epidemia de asco que la corrupción transmite en el conjunto de la sociedad genera que los ciudadanos acaben ampliando la misma a la política en general, bajo la máxima de que «todos los políticos son unos sinvergüenzas y han venido aquí a robar», lo que, en definitiva, acaba minando la democracia en su conjunto, pues los ciudadanos no creen en sus instituciones, lo cual puede traducirse en una no participación, para unos, o en un acercamiento a ideologías totalitarias y revolucionarias, para otros. En ese sentido, sucesos como los acaecidos recientemente en el Ayuntamiento de Alicante también contribuyen, en cierta medida, a crear el descrédito en la política: la obcecación de Guanyar Alacant en mantener en el puesto de concejal a una condenada por la Audiencia Nacional con la excusa de que lo ha sido por un delito que no debiera ser tal es propia de los totalitarismos más rancios. La idea de que hay leyes que no acepto porque mi ética no las comparte es totalitaria, pues considera que hay personas por encima de las leyes, y las leyes se cumplen y si no nos gustan las cambiamos, pero no las incumplimos. La poca ejemplaridad del grupo municipal Guanyar, tanto por mantener a una condenada en el cargo de concejal como por las justificaciones dadas para ello también incrementan el descrédito político. A ello debemos sumar la actitud del PSOE, un partido que está siendo ejemplo de ese dicho habitual por el cual las exigencias se las aplicamos a los otros, pero no a nosotros. Resulta curioso pensar que el PSOE haya planteado que hay que ser muy tajante con la ejemplaridad de los cargos públicos y, cuando le afecta, como en el caso del Ayuntamiento de Alicante, mantenga en el cargo a una concejal condenada.

El bochorno en su conjunto que produce la situación política en nuestro entorno contribuye sobremanera a que la ciudadanía no solo desconfíe, sino que cada vez haya más personas que no crean ni en los políticos ni en la democracia. Y eso es muy peligroso, como peligroso es creer que una persona honrada puede ganarse la vida sustituyendo el trabajo por los juegos de azar, aunque haya personas a quienes siempre les toca el bingo, haciendo trampa, claro.