La pérdida de Antonio González Beltrán hace ya tres años, supuso la desaparición de uno de los referentes culturales más importantes no sólo del panorama artístico ilicitano, sino también de la dramaturgia nacional. Antonio lo fue todo en el mundo del teatro. Fue actor, director, dramaturgo, cuentero e investigador. Un hombre apasionado por todo aquello que tenía que ver con el teatro, con cualquiera de las expresiones dramáticas que nos sumergían en las pulsiones humanas más profundas.

Antonio nació en cuna republicana, en una ciudad del norte de Argelia a la que sus padres, Nazario e Isabel, habían llegado huyendo de la represión franquista. Allí llegó la familia a bordo del Stanbrook, el último de los barcos que consiguió partir de Alicante con dirección a Orán pocos días antes de acabar la guerra. Sin embargo, el exilio, aunque duro, sólo se prolongó hasta 1949, fecha en la que la familia decidió volver a Elche para continuar con sus vidas en la oscura España del franquismo.

Con total seguridad, la influencia tanto de su padre como de su madre, fueron decisivas para que pronto desarrollara un amor sin límites hacia el teatro y la literatura. Y es que Nazario fue de uno de los agitadores culturales del Elche de la II República, un hombre comprometido con la necesidad de llevar la cultura, en cualquiera de sus manifestaciones, a todas las clases sociales, en especial a aquellas que nunca habían tenido acceso a ésta.

En este entorno familiar, en el que la cultura era entendida como una necesidad del ser humano y no como un lujo, se crió y educó Antonio. Su formación académica, licenciado en Arte Dramático y Filología Románica por la Universidad de Murcia, y en Letras por la de Lyon, nos desvela que estábamos ante una persona con un amplio bagaje intelectual al que supo sacar partido a lo largo de su vida. Pero la verdadera pasión de Antonio no residía en las aulas, a pesar de que durante mucho tiempo ejerció como profesor de diferentes centros privados y públicos de enseñanza. Su verdadera pasión se hallaba en las tablas, en los teatros.

Fruto de aquella incipiente inquietud fue la fundación de la compañía teatral más emblemática que ha existido en Elche y una de las más antiguas a nivel nacional: La Carátula. Quizás cuando en 1964 decide dar este paso, no fuera en aquel momento consciente de que estaba poniendo los pilares de su más importante proyecto vital. Y esto no sólo por lo que la compañía significó para él personalmente, siéndolo todo en ella, sino porque pronto se convirtió en uno de los grandes referentes dramáticos de Elche. Su aparición supuso un punto de inflexión en la oscuridad cultural del franquismo y un despertar hacia la modernidad cultural que poco a poco iba demandando una sociedad que progresivamente iba perdiendo el miedo. El espacio escénico se convirtió para Antonio, acompañado por otros ilicitanos e ilicitanas de aquel momento, entre las que también se encontraban sus hermanos, en el lugar idóneo a través del cual dar rienda suelta a su pasión y, a la vez, enarbolar la bandera de la cultura como instrumento transformador de la sociedad.

La carrera de Antonio González fue desde aquel momento incuestionable. Los reconocimientos hacia su trabajo no tardaron en llegar y por derecho propio se granjeó la admiración de todos. En todos los centros educativos por los que pasó trató de llevar adelante Aulas de Teatro, ya que entendió que el teatro, además de representación, también puede ser medio de conocimiento. Por ello, especialmente destacado fue su paso por las Universidades de Alicante y la Miguel Hernández de Elche, donde trató de desarrollar ambiciosos proyectos artísticos de forma incansable.

A Antonio González le debemos también que fuera el impulsor en 1991 del Festival Internacional de la Oralidad. Tal vez pocas cosas nos hagan más humanas que la capacidad que tiene el hombre de contar y escuchar historias. Por este motivo, quiso emprender una aventura que tendiera lazos entre los países hispanoamericanos, sobre todo con Venezuela, y que posibilitara que artistas de diferentes países pudieran sorprendernos contando sus cuentos y nos permitiera encontrarnos a nosotros mismos en aquellos relatos ignotos.

En su memoria, en reconocimiento a toda su obra y la aportación cultural que realizó a la ciudad a lo largo de su vida, el Ayuntamiento de Elche ha tomado la decisión de ponerle su nombre a una calle, la calle Antonio González Beltrán, que a partir de hoy podréis transitar en el centro de Elche, muy cerca del Gran Teatro, de las tablas que tanto amó y desde las que tanto nos hizo disfrutar.