Las últimas elecciones al Parlamento español han configurado una representación política fragmentada, con un Congreso sin claras mayorías en ninguno de los ejes izquierda derecha y un Senado donde el Partido Popular es la fuerza más representada. Esta situación, que a algunos les parece compleja y de difícil manejo, a otros nos parece que es un manifestación de la pluralidad cívica existente y un buen antídoto para los abusos de poder a los que acude normalmente el gobernante. También como una oportunidad para restar protagonismo al modelo presidencialista de los últimos años y a otorgar al debate parlamentario un papel más relevante.

Se ha configurado en el panorama político español actual un equilibrio de poderes que busca necesariamente el acuerdo y el consenso, piedra angular de cualquier sistema democrático avanzado y que en España no se había dado desde la Transición. Tal y como ocurrió a la muerte de Franco y el fin de su régimen, es en un contexto de equilibrio y de reparto de las responsabilidades políticas, con un Parlamento como instrumento esencial de legitimación del sistema, donde es posible canalizar todas las voces de una ciudadanía que demanda reformas en nuestra Constitución y que corrijan sus disfuncionalidades asegurando pacíficamente la convivencia.

En estos momentos, los dos partidos con mayores posibilidades de conformar un ejecutivo estable, sabedores de que no tienen por si solos capacidad suficiente para ello, buscan apoyos entre el resto de fuerzas políticas en virtud de consideraciones tácticas sobre su comportamiento, lo que produce incertidumbre entre un electorado que asiste con estupor a la posibilidad de que entremos en un periodo de crisis y haya que convocar nuevas elecciones. Es éste un juego al que debemos ir acostumbrándonos si no queremos enfermar a base de sobresaltos.

Nada de lo que ocurre en la política española es una incógnita que otros países europeos no hayan sabido resolver con éxito. Veamos, el Partido Popular con sus 123 diputados solo cuenta con el apoyo de Ciudadanos (40), lo que no es suficiente para sumar los 176 escaños necesarios para obtener una mayoría que le dé la gobernabilidad. Por el contrario, el Partido Socialista necesitaría por activa o por pasiva el apoyo del resto del arco parlamentario si quiere formar un gobierno que necesariamente lo seria con nacionalistas, independentistas, comunistas y esa nueva casta de socialismo regenerador de corte televisivo-bolivariano. Todo un despropósito abocado al fracaso y a un periodo de grave inestabilidad económica y política.

Nos encontramos, pues, ante un sistema partidista intensamente radicalizado donde no resulta claro quien ha de formar gobierno y donde, además, los dos líderes de las formaciones mayoritarias, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, no reúnen las capacidades intelectuales necesarias ni gozan de liderazgo en sus respectivas ejecutivas para acordar la formación de un gran gobierno de coalición estable y duradero.

Vemos improbable que el Partido Socialista, con su abstención, facilite un gobierno del Partido Popular con o sin Rajoy de Presidente. Como también es improbable que el Comité Federal del PSOE dé el visto bueno a su Secretario General para coaligarse con quien cuestiona la unidad de España o con los independentistas, sean vascos o catalanes.

Solo cabe, pues, la convocatoria de unas nuevas elecciones que nadie quiere o aplicar lo que los politólogos llamamos el «principio de crecimiento». El partido que ha logrado obtener más diputados, es decir el PP, renuncia a la formación de gobierno ya que ha sufrido un relativo retroceso y facilita se encomiende esa labor a quien por razón de una favorable posición mediadora tiene mejores perspectivas para llevarla a cabo, que no es, en buena lógica, el PSOE. Estamos hablando del partido de Albert Rivera, Ciudadanos, que viene demostrando un mejor conocimiento de lo que España necesita, concilia a uno y otro lado con sentido común y actúa realmente como un verdadero hombre de Estado. Por propio merecimiento, ni Rajoy ni Sánchez formarían parte de su futuro gabinete.