Se están perdiendo muchos valores, pero uno de los que claman al cielo es el sentido humanitario. La crisis humanitaria de los refugiados, en éxodo masivo de países terceros hacia Europa, es una auténtica tragedia que se incrusta día a día en nuestras retinas. Aparte de proyectar la imagen de no ser capaces de resolver un problema de tal enjundia - al no tener una auténtica política común, por los egoísmos de muchos -, es el «virus de la insolidaridad» para con nuestros semejantes el que se ha inoculado en el interior de los 26 países que conforman hoy el espacio Schengenland, o sin fronteras interiores, de la seguridad, la inmigración y la libre circulación de personas.

Es verdad que una avalancha humana huye fundamentalmente de las guerras de Oriente Medio, y pone contra las cuerdas a la Europa democrática y de los valores (art. 2 Tratado UE), alentadas por mafias. El espacio Schengen ha sido, hasta ahora, uno de los instrumentos de cooperación más elementales y sustantivos para entender lo que supone el «hecho y la realidad europeas». Se adolece en la práctica de una política de asilo común, siendo absolutamente necesaria la expedición de visados humanitarios ex lege a los refugiados. Y hay que luchar con dureza contra las bandas mafiosas que obtienen lucro de la necesidad y de la miseria. España en este terreno está «escondida» discutiendo, al presente, la futura gobernabilidad del país, exhibiendo sus actores unos personalismos reprobables, sin estar a la altura de las circunstancias. Pudor.

Es verdad que en Europa se anidan diversas sensibilidades. Hay países europeos que no se han sumado nunca a este espacio. Así, Irlanda y Reino Unido, Chipre, Bulgaria, Rumania y Croacia no se hallan adheridos a Schengen. Al llegar, pues, a sus lindes se despliegan los denominados «controles fronterizos», que se traduce en una comprobación de la documentación para tener acceso al país. Las instituciones europeas, en especial el Parlamento y la Comisión, no están dispuestas a renunciar a este avance. Pero... Ítem es terrible las acciones desarrolladas por determinados países del club como Austria, Polonia, Eslovaquia, Hungría, Finlandia y Holanda, entre otros, ejecutadas unilateralmente. Las propias declaraciones del primer ministro francés Manuel Valls son trágicas, pues cree -nada más y nada menos- que esta en juego el propio proyecto europeo (sic). Al parecer se pretende una suspensión durante un tiempo del acuerdo por la crisis humanitaria de los refugiados. Esto sería claramente un retroceso en la identidad y construcción europeas.

¿Cómo resolvemos entretanto el problema? ¿Qué hemos visto hasta este momento? Hemos visualizado soluciones aisladas y unilaterales de determinados países que se han traducido en un hecho-monumento a la insolidaridad humana: levantar barreras. Se esgrime razones de orden público y de seguridad nacional atendiendo al Código de Fronteras Schengen. Se han hablado de cuotas, que no se han cumplido. En las sociedades que se dicen democráticas y avanzadas la solución ha sido hacer política de avestruz: no veo nada, no quiero ver nada, me encierro en mi caparazón y que se las arreglen como puedan. Mientras seres humanos, familias enteras, vagan de un lugar a otro, pasando hambre y frío, enfermedades - intentando entrar en determinados países, ahogándose en las aguas del Mediterráneo y sin que se remuevan las conciencias- Europa discute y discute con el bla, bla, bla insolidario, sin hallar una salida a esta crisis humanitaria próxima a la vivida en la Segunda Guerra Mundial.

No existe un registro oficial de la Unión Europea -como denuncia el catedrático Olesti Rayo- que venga en recoger todas las ocasiones en las que los Estados parte del Espacio Schengen hayan reinstaurado los controles fronterizos y las motivaciones que le han llevado a ello. En la praxis han sido los Estados los que han impuesto sus reglas habiéndose caracterizado por la parca participación de las instituciones comunitarias. Los Estados miembros, al fin y a la postre, cuentan con mucho margen de discrecionalidad para imponer los controles y la Comisión a duras penas llegan a la fiscalización. Lo estamos viviendo. Es muy triste. Diríase que Europa retrocede.