Tenemos a todos nuestros recién elegidos representantes políticos envueltos en una amalgama de sentimientos que ellos mismos se encargan de recordarnos cada vez que tienen la más mínima oportunidad. Unos están ofendidos, otros se sienten humillados, algunos se siente incomprendidos y otros andan enfundados en el manto moral, entre arrogante y soberbio, de ser los únicos salvadores del Estado español. Preocupados por sus sentimientos creo que se están arropando en un victimismo absurdo, y un poco pueril, adjudicándose adjetivos que tratan de dotar de más credibilidad a sus propuestas y que algunos incluso le dan prioridad, como verdaderas líneas rojas. Mucho me temo que enfrascados en sus propias emociones y sentimientos terminen por ser incapaces de ver más allá de sus propios ombligos, olvidando lo que las urnas les han encargado.

Haciendo un esfuerzo, no dudo de su frustración. No dudo de sus sentimientos de soledad y de incomprensión, incluso puedo entender que se sientan injuriados o despreciados, aun así me veo en la obligación de recordarles, y esta vez sin esfuerzo alguno, que humillado se siente el desahuciado que está en la calle, con toda su vida en cuatro bolsas de plástico, sin tener a dónde ir y teniendo que pagar la hipoteca del hogar del que fue sacado arrastras. Deshonrado se siente el vecino que día tras día, hace ya mucho tiempo, rebusca en nuestra basura para poder llevar algo de comer a casa. Vejado se siente el cabeza de familia que, a pesar de las mantas, ve cómo sus hijos pasan frío por no poder encender la calefacción. Insultado se siente el obrero que aunque trabaja de sol a sol, tiene que decidir entre pagar la luz y el agua o dar de comer a su familia. Herida en el alma se siente la mujer maltratada que tiene que volver a la casa donde cada rincón, cada habitación le recuerda su calvario particular, sabiendo que en cualquier momento puede ver tras la mirilla al hombre que trató de acabar con su vida. Agraviado se siente el paciente en un pasillo de un hospital esperando que quede libre una habitación donde tener un mínimo de intimidad para recuperar su dignidad. Incomprendidos se sienten los educadores y enseñantes cada día que entran en un aula con treinta alumnos, sabiendo que hoy, igual que ayer, tendrá verdaderas dificultades para desempeñar su labor docente con un mínimo de decencia.

Estos y muchos como ellos que no se han puesto adjetivos, y que odian llevarlos, son los verdaderos agraviados. Ellos y todos aquellos, que en nombre de la crisis han sido golpeados de manera inmisericorde por los recortes sí se sienten humillados. Aquellos que luchan día a día por llegar a final de la semana y que tienen la sensibilidad a flor de piel sí se sienten ofendidos. Y ellos junto a todos los que soñamos por un futuro más prometedor, fuimos los que depositamos nuestra esperanza de cambio en una urna el 20 de diciembre. Y ahora tenemos que asistir perplejos a ver cómo os enzarzáis en disputas infantiles, cómo repetís hasta la saciedad propuestas que no dejan de ser un listado de buenas intenciones; asistimos atónitos cómo usáis estrategias propias de series de ficción, cómo os enredáis en peleas de sillones, cómo frivolizáis con amenazas repletas de miedos y desgracias apocalípticas y cómo nos aburrís en el tedioso empeño que ponéis en demostrarnos quién ha ofendido más y quién se siente más ofendido. Y todo sin que aún hayáis puesto sobre la mesa verdaderos y concretos proyectos de acción inmediata que nos permitan ver que lo que prometisteis en campaña, lo que os unía en campaña, dejen de ser eso, promesas; palabras sin contenido alguno. Os pregunto cómo creéis que nos sentimos, cómo os sentiríais vosotros en nuestro lugar; yo os diré cómo me siento hoy; me siento decepcionado, me siento engañado, me siento insultado.

Dice Pepe Mujica que «no, el poder no cambia a las personas, solo revela quiénes realmente son». Sí esto es así, y no dudo del viejo maestro, nos estamos encontrando con acciones, con declaraciones, con gestos que posiblemente nos lleven de nuevo a las urnas. Y como en España el día que en la escuela enseñaron lo que era «dimitir» la mayoría de nuestros políticos hicieron «novillos», seguramente nos encontraremos en otra campaña electoral con los mismos cabezas de lista, con los mismos protagonistas. Si llegara esta situación, el domingo que abran los colegios electorales, en lugar de hacer cola durante una hora delante de una urna, no descarto la idea de irme a tomar un buen café al sol con mis hijos.